𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈

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Rhogus y Kieran estaban al aire libre después de regresar al patio de entrenamiento. Kieran se negaba rotundamente a trabajar con Lukar, y mucho menos a dejar a Rhogus solo con un posible traidor. Tampoco fue difícil dejar de asistir a sus sesiones de entrenamiento, ya que Heinrich coincidía plenamente en que Lukar representaba un peligro, especialmente si empuñaba una espada.

Por esa razón, el rey convocó a varios de los miembros más destacados del ejército para continuar con las clases del príncipe, permitiendo que Rhogus se uniera al entrenamiento regular con los demás soldados. Después de todo, él no necesitaba un entrenamiento tan riguroso para alcanzar su nivel; en menos de un año había superado todas las expectativas.

A pesar de tener que separarse por las mañanas y entrenar en lugares diferentes, reunirse después de un arduo día de trabajo era gratificante para ambos. Disfrutaban de la tranquilidad de la sala de entrenamiento al aire libre, bañada por el sol del mediodía y la tierra del suelo revoloteando con el viento, mezclándose con la arena de la pista, donde solo estaban ellos dos.

—Habla sin parar —Rió Rhogus, compartiendo la experiencia con su nuevo profesor—. Parece tener una opinión sobre todo.

—Sí, así es —Confirmó Kieran, soltando una risita—. Pero, ¿aprendiste algo nuevo?

—Me cuesta un poco —Rhogus bajó la cabeza, jugueteando con la arena del suelo—. Pude aprender a reconocer algunas letras.

—¿Sí? —Kieran alzó las cejas con orgullo, sintiéndose conmovido—. Entonces, léeme esto.

Con la punta de su dedo índice, escribió en la arena una frase corta y fácil de leer. Rhogus observó los trazos con curiosidad, frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos, como si eso facilitara su lectura.

—T... —Murmuró, tratando de descifrar la vocal—. ¿Te?

—Muy bien —Kieran sonrió y señaló la siguiente palabra—. ¿Y aquí?

—Te... amo —Rhogus comenzó a reír. Aunque no pudo leer la palabra directamente, logró descifrarla conociendo a Kieran.

—Yo te amo más —Río con él, mientras borraba las palabras en la arena.

—Eres un idiota, ratita.

—¡Príncipe Kieran! —Lukar salió del castillo, acercándose hacia ellos, con la espada en la mano.

Rhogus se puso de pie de inmediato y desenfundó su espada, empuñándola con determinación. Colocó la hoja en posición vertical frente a Kieran, formando una barrera para evitar que Lukar se acercara al príncipe.

—Tranquilo —Kieran bajó la mano de Rhogus, mirándolo con seguridad—. ¿Qué quieres? —Le preguntó a Lukar, avanzando hacia él con pasos firmes.

—Hablar a solas —Lukar fulminó a Rhogus con la mirada, ocultando su sorpresa ante su actitud.

—Rhog sabe todo —Kieran frunció el ceño—. Si quieres hablar conmigo, hazlo ahora.

—Entonces... ¿Qué mierda te pasa por la cabeza? —La voz de Lukar estaba cargada de decepción y molestia. A pesar de su título, nunca dudaba en ser firme con él.

—Deberías haberte dado cuenta a estas alturas de que no estoy siguiendo sus planes —Respondió Kieran.

—Me di cuenta. En nuestros planes no estaba mandar a tu madre a la horca.

Una punzada de dolor golpeó el pecho de Kieran, pero tragó saliva y se esforzó por mantener la compostura, mostrándose seguro de sus decisiones; mostrar debilidad o dudas solo serviría para permitir que los demás lo hundieran.

El rastro del heredero [+18] (En pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora