Emma:
Siempre he odiado los funerales.
La tristeza, los buenos recuerdos de la persona, las lágrimas, el intento de consuelo, la ropa negra que solo hace que todo parezca mucho más depresivo, el olor a la mezcla de flores y perfumes...
Siempre he odiado los funerales.
Por eso siempre he tratado de evitarlos.
Pero ahora que ya no soy una niña, se ha vuelto más complicado.
Todos los funerales de Tefropec se realizan en el castillo, hay incluso una sala específicamente para eso, aunque no es demasiado normal que las personas mueran por acá, es por eso que la sala casi no se utiliza y el hecho de la muerte es todo un acontecimiento.
Todo comienza en el castillo, luego un carruaje llevará el ataúd a la casa del difunto para después ir a la catedral y terminar en el cementerio.
Pero está vez no iremos a casa del señor Jenkins, la investigación sobre su muerte sigue realizándose.
Toda la ciudad suele asistir a la ceremonia, aunque no conozcan al difunto.
No lo sé... extraño.
Algunos por apoyar a la familia y amigos, otros por tradición y otros pocos por simple curiosidad, porque, como dije, es algo muy raro que haya una muerte en este planeta.
La vida aquí suele ser muy larga, los originarios de Parapeta tienden a vivir más de mil años, aunque no muchos permanecen aquí, van a otros lugares, tienen trabajos fuera, etc. Así se maneja la población.
Pero yo no soy de este planeta.
Al menos eso creo.
Siempre he odiado los funerales.
He salido de la sala y ahora estoy sentada detrás de una roca mirando al bosque, en dirección contraria al mar.
En dirección contraria a Barba Verde.
En dirección contraria a las pesadillas.
El frío viento invernal choca contra mis mejillas y mi nariz, enredándose en mi cabello y sacudiendo mis pendientes de perlas.
Al señor Jenkins le encantaban las perlas.
De hecho, él fue quien me regaló los pendientes.
Habían pertenecido a su madre, que ahora sé que vivía en ese planeta desconocido y cruel.
Y ahora los tengo yo, en el funeral de su hijo.
Que vueltas puede dar la vida.
Arranco un poco de césped del suelo y abro mi palma para ver cómo se escapa de mi mano hacia atrás.
Así de fácil es arrebatarle un poco de vida al planeta.
Ojalá fuera también así de sencillo arrebatársela a alguien.
Algo cae sobre mi nariz.
Después sobre la palma de mi mano.
Un copo de nieve.
La primera nevada ha empezado.
La nieve siempre me ha traído buenos recuerdos.
Miro fijamente el copo sobre la palma de mi mano y la caliento para que se derrita.
Mientras la gota va cayendo por mi mano solo un pensamiento se me viene a la mente.
Voy a matar al Incógnito.
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Hubo alguna vez un corazón dorado
RomanceExisten los corazones puros, esos sin ninguna mancha, esos que relucen tan fuertes como el sol. Y después está ese corazón. Ese que brilla como el fuego y es tan peligroso como él. ¿Te adaptarías al calor? ¿Qué tanto sacrificarías por la persona...