Una sombra acosa sus sueños, la pérdida del viejo amor, una deuda con el pasado.
Después de que un espectro casi termina con su vida, José Leonardo iniciará una carrera contra el tiempo para descubrir la misteriosa razón de sus visiones y por qué se...
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—¡Híjole! ¿A quién se le ocurrió pintar la fachada de blanco? Pue, ¿qué no saben que aquí nos está achicharrando el sol? —dijo un hombre molesto. Se balanceaba en la silla frente a su escritorio sin prestar atención al altero de papeles que tenía frente a él.
—Fue la pintura que nos donaron. La otra ya estaba toda fregada. Se ve mil veces mejor así.
La mujer sentada frente al escritorio a la izquierda contestó automáticamente, acostumbrada a las constantes quejas del hombre.
—Oye, pero ¿blanco? Ni se ve el letrero. Si estuviéramos en San Cris hasta estaría bien, con el harto frío que hace, pero aquí...
—Ya párale, Lalo, qué pancho me estás armando. Ni hace tanto calor —dijo la mujer y subió el volumen del radio—. Déjate de hacerte tonto, hay que entregar el reporte el viernes, de por sí ya estamos bajo la lupa, ¿ya le marcaste a la agencia para los folletos?
—Sí, que los tienen mañana.
Lalo recargó los codos sobre el escritorio y fijó la mirada en los linderos del Parque Morelos, visibles por los amplios ventanales de la oficina. En la banqueta de enfrente, estaba un hombre, claramente un turista, entornando los ojos para tratar de hacerse sombra con la palma de la mano. Miraba la oficina y luego consultaba un mapa, confundido.
—Vanesa —Lalo señaló con la cabeza al turista—, mira, ve a ese mono: ya se quedó tarado por el reflejo del sol, ¡ni la tisigua los deja así!
—No, yo creo que el tipo ya venía tarado de entrada —respondió Vanesa—. ¿Qué estará buscando?
Al otro lado de la pared de cristal, José Leonardo ignoraba ser objeto de curiosidad y burla e intentaba seguir las indicaciones del mapa. Según lo que encontró en la red, las oficinas de la fundación estaban en esta cuadra y abrían a las nueve de la mañana. Después de unos minutos, se convenció de entrar a la extraña casa blanca frente a él.
—Buenas tardes ¿es está la Fundación para el Desarrollo de...?, ¿De...? ¿...de las comunidades y habitantes de los linderos del ?
—Sí, aquí nos dicen La Grija, pase usted —contestó Lalo—. ¿Qué lo trae por aquí?, ¿tiene junta con algún consejero?
—No, vine a buscar a una amiga que trabaja con ustedes. Se llama Citlalli Ramos, es abogada.
Los rostros de Lalo y Vanesa se ensombrecieron al escuchar el nombre e intercambiaron una mirada furtiva en silencio.
—¿Está? —preguntó José Leonardo ante su reacción.
—Por favor, tome asiento. —respondió Vanesa—. Dígame ¿Hace mucho que conoce a la Doctora Ramos?
—Desde la universidad.
—Qué bueno que vino, hasta donde sé ya no le queda familia. Quizá usted pueda ayudarla; nosotros hicimos lo más que pudimos, pero ya se nos salió de las manos. Además no la conocemos tan bien y es medio difícil saber qué hacer.