Una sombra acosa sus sueños, la pérdida del viejo amor, una deuda con el pasado.
Después de que un espectro casi termina con su vida, José Leonardo iniciará una carrera contra el tiempo para descubrir la misteriosa razón de sus visiones y por qué se...
Los eventos históricos narrados en esta historia son una reinterpretación y reimaginación de eventos históricos reales
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Entraron a una casa a la izquierda de la torre. Era una residencia de una sola habitación; en el centro había una mesa de madera con un par de equipales a los costados y dos copas, un cántaro y un platón repleto de fruta. En la parte de atrás había dos muebles, cada uno con una vasija de barro para el aseo, y algunas mantas.
El hombre encapuchado se acercó a las vasijas de barro, vertió un poco de agua para lavarse las manos y se quitó la capa: se trataba de Miztli, el mismo joven que conoció en compañía de Nezahualcóyotl y supuso su asesor.
—Fue un trayecto largo, hermano, pero al fin estamos en casa —dijo Miztli con una sonrisa, sentándose en una de los equipales—. Me alegro que aún sea tiempo de cosechas. Durante la época de frío, el paso por el lago es muy duro, como si no fuera ya suficiente desafío evadir a los guardias rondando los caminos y calzadas todo el día. Si me lo preguntas, diría que su vigilancia se ha vuelto enfermiza.
Yoltic no respondió. Su rostro estoico revelaba un ligero brillo de preocupación. Se quedó inmóvil unos minutos, como si estuviera esperando la llegada de otra persona.
—Despreocúpate, hermano. Llegamos con bien después de largos meses fuera —dijo Miztli abriendo el equipal frente a él—. Toma asiento y regocíjate. Aquí no hay de qué temer.
—¿Estás seguro que nadie te siguió?
—Sí, ¿dudas de mi prudencia?
—Dudo de tu impulsividad. Si he de señalar algún defecto en ti, sería tu falta de paciencia. ¿Nezahualcóyotl no sospecha de tus motivos para partir de Texcoco cuando recién regresan?
—En absoluto. Olvidas que mis labores incluyen constantes viajes y salidas. El trabajo como su emisario conlleva prolongadas ausencias. Además, gozo de más libertad que tú, él no es un hombre tan rígido y vigilante como Tlacaélel.
—No obstante fue arriesgado partir juntos. Podría levantar sospechas.
—En absoluto, por el contrario, diría que fue una coincidencia afortunada. Después de saber de tu nombramiento, temí que te fuera imposible venir conmigo. No se me ocurrió un pretexto para alejarte de Tenochtitlan el tiempo suficiente para regresar a casa.
—Yo tampoco pensé poder venir —dijo Yoltic, sentándose—. Si no hubiera sido por los disturbios en Coyoacán, con mis nuevas responsabilidades, hubiese estado varado en Tenochtitlan por mucho tiempo.
—¿Te eligieron como emisario para detener los grupos de Coyoacán? —dijo Miztli con una alegre carcajada—. ¡A eso llamo sarcasmo! Debo confesar que la ignorancia del viejo me da lástima.
José Leonardo no entendió qué le causaba gracia a Miztli de la encomienda de Yoltic, ni por qué éste había decidido revelar una misión secreta al asistente de Nezahualcóyotl.