**Advertencia: uso de lenguaje altisonante y/o ofensivo**
—¿Así que eres bióloga? —preguntó Daniel a Elena.
Los cuatro seguían sentados a la mesa, disfrutando de un café de olla mientras platicaban. Los temas variaban de viejos relatos familiares al súbito encanto de Daniel hacia Elena, cuidadosamente omitían la razón que los traía a Catemaco.
—Algo así. Llevo un año aquí haciendo la investigación de mi tesis en la zona ecológica. Decidí tomarme el fin y vine a ver a mi mamá, pero creo que trabajo más ayudándola que allá. Deberías verla: es una workaholic, si por ella fuera, seguiría viendo personas toda la noche.
—Creo que es de familia —dijo Daniel—. El Juez éste, también se la vive de Godínez.
—Juez Sepúlveda, tus papás estarían reorgullosos de ti y de tu hermanita —dijo Lucha y tomó una de las manos de José Leonardo entre las suyas.
La madera del pórtico y de la casa empezaron a rechinar por el descenso de temperatura y las inesperadas ráfagas de viento. Lucha volvió la cabeza a la ventana, recordando algo.
—Hija, por favor llévale algo de comida a Usa, y dile que ya se vaya a su casa, nadie más va venir en la noche.
—¿Quién es Usa? —preguntó José Leonardo.
—Es el hombre que por lo general está sentado afuera de la entrada, de seguro lo vieron —dijo Lucha—. Vive por aquí y de vez en cuando me echa la mano. Es un poco raro, pero es muy bueno haciendo remedios y sabe más de plantas que mi Elena. También me ayuda tallando amuletitos —dijo levantando las manos—, yo ya estoy muy vieja y me he lastimado varias veces con la navaja. El pobrecito no tiene dinero ni para comer, así que entre los dos nos ayudamos.
Elena regresó de la cocina con un recipiente de plástico lleno de comida.
—Cero me late que lo dejes estar aquí todo el día. Me da mala vibra el tipejo ése, tiene cara de asesino o algo peor —Elena abrió la puerta de mala gana y se asomó al pórtico—. Qué bueno, ya se largó, ojalá no regrese mañana.
José Leonardo dio un vistazo a su reloj: pasaban de las once de la noche.
—Ni me di cuenta en qué momento se fue tan rápido el tiempo. Yo creo que ya las dejamos.
El rostro de Lucha se ensombreció, dejando de lado el gesto cordial y amigable que tenía antes. Se recargó sobre la mesa y dijo con solemnidad:
—José, estaré muy vieja pero tengo mucho colmillo para cosas sobrenaturales. Sé que viniste porque algo está pasando, algo grave, y necesitas ayuda.
Era inútil negarlo o pretender restarle importancia, lo mejor era contar lo sucedido. José Leonardo sacó el amuleto del bolsillo del pantalón y lo dejó sobre la mesa.
ESTÁS LEYENDO
El espejo de obsidiana
AventuraUna sombra acosa sus sueños, la pérdida del viejo amor, una deuda con el pasado. Después de que un espectro casi termina con su vida, José Leonardo iniciará una carrera contra el tiempo para descubrir la misteriosa razón de sus visiones y por qué se...