**Advertencia: uso de lenguaje altisonante y/o ofensivo**
Salieron a la mañana siguiente antes del amanecer. Pasaron al departamento de José Leonardo para recoger una muda de ropa nueva y buscar el viejo directorio de sus padres. En una de las hojas amarillentas y carcomidas por la humedad y el tiempo, estaba la dirección y el teléfono de Lucía Castillo. Ignoraba si la encontraría ahí después de tantos años, o incluso si aún vivía, pero ésta era su mejor opción. Tomó dinero en efectivo, guardó la ropa en la maleta y bajó de nuevo.
Daniel lo esperaba dentro del coche, ajustaba el GPS y trataba de despabilarse de la modorra resistente a la cafeína. José Leonardo se subió al asiento del copiloto y, con sólo la ciudad a medio amanecer como testigo, iniciaron el largo trayecto hasta Catemaco.
Era una mañana fresca y nublada. Las cimas de las montañas estaban cubiertas de neblina; de su lado derecho, el Popocatépetl vigilaba tranquilo su recorrido justo en la frontera entre dos estados. En la carretera, el aire silbaba con fuerza y a momentos casi daba la impresión de querer detenerlos en su camino.
José Leonardo iba en silencio, alterado por la marejada de eventos inexplicables que azotaban su vida de un extremo a otro, nervioso por las imágenes que, de cuando en cuando, parecían dibujarse en el relieve rocoso y desigual de las montañas. Sentía como si estuviera parado en la boca de un abismo eterno, obligado a dar un paso al frente y sobrellevar la locura que la oscuridad le deparaba. Todo a su alrededor estaba tapizado de señales.
A diferencia de él, Daniel manejaba divertido, bailaba y canturreaba al ritmo de la música a todo volumen. Su naturaleza ligera y animada le permitía mantener su buen humor y espíritu liviano a pesar de los problemas.
—¿Te late, cacahuate, comer en Puebla? —sugirió casi a gritos Daniel, renuente a bajar el volumen.
—¿Acabas de comer y ya tienes hambre?
—Falta como una hora para llegar y la comida allá no tiene abuela. Queda de paso, ¿a ti qué hacer una escala?
—Quiero llegar temprano. Es peligroso viajar de noche.
—O sea, vamos a buscar a tu tía la bruja para que te quite al chanchán asesino de encima, ¿y te preocupa que nos afusilen?
—Sí, y no se dice chanchán, es chamuco.
—Lo que sea. Yo digo que chin, chin al que nos encontremos: le echas el amuleto encima y mientras invocas al ese que viste. A ver qué jeta hacen.
—No digas tonterías —le reclamó apagando el aparato—. Y, por favor, deja de estar bailando mientras manejas tan rápido.
—Híjole, qué humor te cargas, güey. Ya bájale dos rayitas, ¿no? Aprende a reírte de ti mismo, tú sigue el dicho: Al mal tiempo, a lamer hasta la coyunta.
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El espejo de obsidiana
PrzygodoweUna sombra acosa sus sueños, la pérdida del viejo amor, una deuda con el pasado. Después de que un espectro casi termina con su vida, José Leonardo iniciará una carrera contra el tiempo para descubrir la misteriosa razón de sus visiones y por qué se...