Capítulo 8

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**Advertencia: uso de lenguaje altisonante y/u ofensivo**

Los eventos históricos narrados son una reinterpretación y reimaginación de eventos históricos reales

Los eventos históricos narrados son una reinterpretación y reimaginación de eventos históricos reales

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—¿Eras el chacho de Tlacaélel? ¿Estás seguro que no entendiste mal el nombre?

—No.

—¡No mames! Me cae que voy a hacer changuitos la próxima pa' tener tan buena suerte como tú, güey.

José Leonardo tomó la taza a su costado y dio un sorbo a la extraña infusión. Hizo una mueca de desagrado ante el sabor amargo y rancio que le prensó la lengua. Aunque sabía que, gracias a la infusión, la terrible jaqueca estaba cediendo poco a poco y el vértigo casi había desaparecido, hubiese preferido dejar la taza de lado en lugar de terminar su contenido como le indicó Lucha.

—¿Sabes quién es Tlacaélel? En la vida escuché ese nombre.

Había pasado la última media hora relatándoles todo lo ocurrido en su trance, esperaba que pudieran ayudarlo a entender mejor. Un solo viaje no era suficiente y debería regresar.

—Qué inculto eres, güey, ¿qué nunca abriste un libro de historia?

—No seas así, Daniel —interrumpió Elena—. Casi en ningún lado se habla de Tlacaélel porque juraba que era un mito.

—No, no, no, lo que no sabe tu primo ya está manchado. Que no sepa de Tlacaélel equis, pero, o sea, ni siquiera reconoció a . Está tan bestia que no le cayó el veinte ni con la ciudad en el lago...

—Bueno, ya bájale, Sánchez. Sí, soy un inculto ¿y qué? Ahora se te da la regalada gana decirme dónde estaba ¿o no?

—En Tenochtitlan. Regresaste al Defectuoso del pasado.

Daniel se reclinó en el asiento.

—¿En la época de los aztecas?

Mexicas es el término correcto —aclaró Elena—, y no sólo estabas en esa época sino que eras mexica. Por lo que cuentas, parece que estás más o menos en el año 1400 y pico de nuestra era.

—A huevo después de 1430 si están hablando de la muerte de Maxtla y la derrota de Azcapotzalco —añadió Daniel.

—¿Y eso qué? ¿Ésos qué pitos tocan?

José Leonardo recargó la cabeza en la mano, inquieto y frustrado.

—A ver, te explico para que quites esa cara de perro a medio morir que traes— dijo Daniel—. Cuando los mexicas fundaron Tenochtitlan, años antes de tu vida pasada, el valle estaba dominado por los tepanecas de Azcapotzalco.

—¿Cómo la delegación?

—Sí, ¿por qué crees que se llama así? Además de Azcapotzalco había otros güeyes por ahí, entre ellos Texcoco, pero los meros meros eran los tepanecas, y hacían que los demás se cayeran con la lana para ellos, llevándose a todos entre las patas.

El espejo de obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora