Capítulo 4

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**Advertencia: lenguaje altisonante y/o ofensivo**

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Un escalofrío lo sacudió con violencia. El mero sonido de la voz carrasposa y grave a su lado, fue suficiente para lanzar su corazón en un galope furioso y agitar su respiración. José Leonardo levantó la cabeza y, al ver al dueño de la voz, un gritó se congeló en su garganta.

Detrás de él estaba lo que asemejaba ser un hombre con piel pálida, casi translucida. Portaba un elaborado manto alrededor del torso y hasta arriba de las rodillas. En el pecho tenía un extraño tatuaje, de colores carmesí y ocre, en constante movimiento, creando diferentes figuras y formas cada segundo. Una serpiente emergía de la parte baja de su espalda y se retorcía por entre las garras gigantescas que tenía en lugar de pies y manos. Su boca era dos veces más grande de lo normal y de sus ojos agudos y penetrantes emanaban una tétrica luz roja. En lugar de cabello, tenía lo que parecía ser un penacho gigantesco de hiedra con estacas blancas y rojas.

El espectro emitió un sonido extraño al percibir el pánico del hombre frente a él.

—Ante mi grandeza, me debes reverencia, me debes temor y asombro —dijo.

—¿Qué...? ¿Quién e...? —intentó preguntar, sin lograr articular una oración completa.

José Leonardo se llevó la mano al pecho, intentó tranquilizarse antes de que sufriera un infarto, sobre todo, cuando el espectro dio un paso hacia él.

—Por siglos fuimos condenados a las profundidades de la oscuridad. Por eras aguardamos nuestro regreso. Por milenios edificamos nuestra venganza. El Sol se apaga, el nuevo ciclo comienza pronto ¡ahora ustedes serán desterrados!

Con la mirada fija en José Leonardo, el espectro levantó la extremidad derecha e hizo un complicado giro con la garra. Las sombras a su costado se agruparon para formar una criatura parecida a un coyote, pero con manos y pies de mono, el cuerpo recubierto de largas espinas grises y una cola anormalmente larga que terminaba en una mano humana.

—Todo termina aquí. Mikistli —ordenó el espectro.

La criatura emitió un sonido agudísimo en respuesta y se abalanzó contra él. José Leonardo se protegió el rostro con los brazos y cerró los ojos preparándose para lo inevitable, sabía que pronto acompañaría a Citlalli en el más allá.

—¡Huye!

Una voz extraña le habló entre sus pensamientos. José Leonardo abrió los ojos: la criatura estaba inmovilizada en el aire a mitad del brinco, las fauces abiertas, las garras al frente. A la izquierda el espectro tampoco daba señal alguna de vida. Miró confundido a su alrededor: nadie más estaba en la habitación.

Pronto regresarán a la normalidad. ¡Huye!

—No puedo, no voy a dejar a Citlalli —respondió en voz alta a su misterioso salvador invisible.

El espejo de obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora