Capítulo 24

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Los tres adolescentes, Citlalli, José y Leonardo, miraron a su padre con un gesto de cansancio e incredulidad

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Los tres adolescentes, Citlalli, José y Leonardo, miraron a su padre con un gesto de cansancio e incredulidad. En lugar de haber ido a la playa o algún otro lugar más divertido a pasar las vacaciones de Semana Santa, su padre había insistido en llevarlos al sitio arqueológico de Teotihuacan. Tras hacer un recorrido por las pirámides, habían acampado en una esquina lejana y su padre, apoyado por su madre, pasó las siguientes cuatro horas contándoles una historia descabellado sobre un tío, primo de su madre, que había fallecido mucho antes de su nacimiento.

—¿Y esa cara qué? ¿A poco no me creen? —preguntó Daniel.

—Ni al caso, papá —dijo Citlalli, la mayor de los tres—. Ya sabíamos que el tío José tenía no-sé-qué problema en el corazón y por eso se murió tan joven. Hasta por eso tía Miriam está de nazi todo el tiempo con la comida. O sea, en serio, ni que fuéramos bebés, no tienes que estarnos inventando cosas. En serio, podemos lidiar con la verdad, ¿eh?

—Tu tía no estuvo ahí y por eso no sabe qué pasó en realidad.

—¡Ay, ajá! Hasta tú mismo nos has contado como mil veces que conociste a mamá en el funeral del tío —añadió José, el hijo de en medio—, ¿cómo por qué sacas estos cuentos de la nada?

—Antes estaban muy chiquitos para que les contara esto.

—O sea ¿neta dices que aquí hay como otros diez pisos donde viven los dioses y no sé cuántas cosas?

—Exacto. "Teotihuacan" significa "la ciudad de los dioses", ¿por qué crees que le pusieron así?

—Porque sonaba mejor que "sabrá-Dios-cómo-le-ponemos-de-nombre" —dijo Citlalli sonriendo.

Daniel celebró la broma de su hija con una sonrisa y la abrazó afectuosamente.

—A ver, si es cierto todo el rollo este ¿cómo sabes qué pasó al final? Digo, el tío ya no volvió para contarles, ¿no? O qué, ¿ahora vas a salir con que ustedes también viajaron al pasado?

—Acuérdate que el viejito rancio resultó ser Tezcatlipoca el inmortal —explicó Daniel—, y el muy canijo llegó a atacarnos. Ya que nos lo zafamos, tu abuelita vio en su espejo mágico ése qué pasó con tu tío: vimos parte de lo de Netatitlan, la pelea con la tzitzimierda...

—¡Daniel! —reclamó Elena.

—Perdón, la pelea con el espectro y hasta una parte de cómo le dio en el trasero a Tezcatlipoca.

Las explicaciones de su padre no hicieron nada para cambiar la opinión de los jóvenes más grandes, sin embargo, el más chico, un niño tímido y reservado de nombre Leonardo, se aventuró a expresar una opinión contraria a sus hermanos

—Yo sí te creo, pa.

—Eso es porque eres un tonto —se burló José.

—Oye, oye, Pepe, no seas así con tu hermano. Él puede tener sus propias ideas y debes respetarlas, sobre todo cuando coinciden con las mías.

Daniel intervino antes de que la disputa subiera de tono. José no tuvo más remedio que cruzarse de brazos y quedarse callado

—¿Qué creen que haya pasado con el tío después? —preguntó Leonardo.

Daniel suspiró y desvió la mirada a la pirámide de Quetzalcóatl a su izquierda, iluminada con el ligero resplandor artificial.

—A mí me late que se casó con Arameni y fundaron una nueva Netatitlan por ahí. Es más, como de seguro fue súper longevo, me cae que para cuando llegó Colón, el güey lo fue a recibir a Cuba. Trató de convencerlo de que estaba en otro continente y no en las Indias, pero el Colón traía jetlag y por eso no le hizo caso, y ¡mocos! Que llega de gandalla Américo Vespucio.

Los tres niños olvidaron su rebeldía y se rieron divertidos ante los inventos de Daniel.

Al notar que quedaban pocas personas cerca de ellos, Elena empezó a recoger sus cosas.

—Ya es muy tarde y todavía tenemos que manejar de regreso —dijo.

—Mañana es sábado, mamá —replicó Citlalli—, y todavía son vacaciones.

—Sí, pero tienen tareas de la escuela, ¿no?

—Ya mocosos, su mamá tiene razón —Daniel se incorporó—, ya es tarde y los rucos necesitamos ir a dormir.

Los tres mascullaron algunas protestas mientras caminaron hacía el coche, cargando algunos libros, el telescopio y dos computadoras.

Daniel se quedó atrás para asegurarse que no olvidaran nada. La imagen del templo de Quetzalcóatl capturó su atención, y, por un momento, tuvo la sensación de que su viejo amigo estaba cerca de su familia.

—El mejor cabrón que he conocido.


FIN

**Muchas gracias por leerme**

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El espejo de obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora