Capítulo 26: La Maldición Greyrat

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Ahí estaba yo, en lo más profundo del embarcadero, rodeado por almacenes de madera sospechosos y armado con la lanza de Ruijerd.

Entré en el almacén número 3 durante la noche, como estaba previsto la semana anterior; encontrando en él a un único trabajador que limpiaba el suelo con paciencia, su ropa de cuero no era tan llamativa como su raro peinado de mohicano pero parece ser la persona que busco.

"Hey, Steve, ¿se encuentra bien Jane la bañista?”

Esa ha sido la contraseña que me dieron, después de decirla el debería llevarme con Ruijerd…

“¿Qué pasa chico necesitas algo?” Contrario a mis expectativas, el mohicano me mira con sospecha.

(¿Es por tener cara de niño? Ah)

“Cumple tu parte, insolente, vine por mi mercancía”

Sólo cuando le miro amenazante con la lanza en mis manos, el hombre chasquea la lengua y me insta a seguirlo a las profundidades del almacén. Desde el almacén entramos a una especie de cueva bien oculta, desde la cueva caminamos una hora con el mohicano sosteniendo una antorcha, y cuando salimos terminamos en medio del bosque, sólo para caminar otro buen tramo hasta llegar a una mansión…

(Supongo que toda la peste vive en lugares similares)

Sentí asco nada más de verla.

“Creo que lo sabes, pero por si acaso te aviso, ni se te ocurra decir una palabra de este lug-”
“Ya lo sé”

Igual de molesto que la vez anterior, el sujeto del mohicano llamó la puerta con un sonido en código.

Tan sólo algunos segundos después un hombre de cabello gris y vestido de mayordomo abrió la puerta, él nos echaba un vistazo mientras yo permanecía quieto sufriendo un deja vu. Como una comezón que no te puedes quitar, como una sed que no puedes saciar…

“Entren”

Si él no hubiera hablado en una voz tan diferente a la que recordaba no habría sido capaz de continuar y probablemente me hubiera hundido en el suelo a ponerme a llorar otra vez, de hecho si lo hubiera visto uno o dos años antes es probable que hubiera hecho eso o que bien hubiera corrido a darle un abrazo.

Pero hoy no hay tiempo de idioteces.

Dentro de la mansión, el panorama general que me encuentro son dos escaleras ascendentes, simétricas y gemelas, y dos salones del mismo modo al lado derecho e izquierdo, cubiertos por una vistosa puerta de madera. En frente de nosotros, al final de lo que puedo ver, se encuentra una mesa con gente a su alrededor, maleantes con una actitud presumiblemente tensa y con los codos sobre la misma mesa.

“De parte de quién vienes”

Antes de que me diera cuenta el mayordomo ya me estaba mirando con sospecha, probablemente ya había pasado mucho tiempo observando el lugar, algo que no tenía que hacer en primer lugar.

“Ditts”

El nombre del intermediario.

Tras un breve intercambio sacó un amasijo de llaves entregándole una al mohicano para que podamos avanzar “202” dijo él.

Así el trayecto continúa, no contentos con todo lo anterior, los contrabandistas aún esconden las peores cosas en un piso más profundo, debajo de este en un sótano.

“Aquí es” El mohicano me hace parar a escasos centímetros de una puerta, la misma marcada con el número 202. Él la abre con la llave, dejándome ver el interior; dentro encuentro a Ruijerd con una delgada capa de pelo sobre su cabeza como si fuera musgo.

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