Emma Anderson, una doctora cuyo mayor anhelo es casarse con el amor de su vida, ve su mundo transformarse por completo cuando su ser querido le frustra ese sueño. Y, como si eso no fuera suficiente, una noche común y corriente, el destino la desafía...
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—¿Te o Café?
Había optado por ir a una cafetería con Isa, mi mejor amiga, ya que mi año sabático no estaba saliendo como lo planeé. Desde el primer mes, las cosas no han salido a mi favor y todo parece empeorar cada vez más.
Decidimos sentarnos junto a la ventana, donde podíamos observar a la gente pasar mientras degustábamos nuestras bebidas calientes. Isa me miró con preocupación
—Café, por favor—le pido a la camarera—para ambas—el café me altera más pero el te me causa sueño, no sabía cuál era mejor en estos casos.
—¿Entonces no van a casarse?
—No—respondo en un tono de voz apenas audible—resulta que Víctor dijo que es muy pronto solo espero que ese maldito no vuelva. —Bajo un poco la voz en cuanto la camarera llega con nuestras bebidas.
—¿Y si vuelve? —pregunta Isa. —¿Que harás si vuelve? Lo amas, ¿no?
—¿Que preguntas son esas? por supuesto que lo amo—hago una pasa y bebo un poco de mi café —Solo estoy...molesta, dolida, no se.
Había estado en una relación con Víctor durante tres años y me sorprendió cuando dijo que era demasiado pronto para casarse. Agradezco que quizás la vida me esté evitando el arrepentimiento y las lágrimas. Él tendrá sus razones para no querer dar ese paso.
Víctor siempre ha sido una persona reservada, alguien que prefiere tomar las cosas con calma y meditar cada decisión. Yo, por otro lado, soy más impulsiva, soñadora, siempre buscando el próximo gran paso.
—Emma amiga, se te va el tren—le lanzo una mirada de fastidio—No quiero decir que me alegro, pero, me alegro—esboza una sonrisa.
Cualquiera podría notarlo que esos dos no se agradan para nada, el odio que sienten es mutuo.
Isa mencionaba que Víctor era bastante misterioso y celoso con sus pertenencias personales. Incluso se molestó cuando ofrecí lavar su ropa y no lo tomó de buena manera. Sin embargo, esa actitud no era constante.
—La vida me tiene preparado algo mejor—sonrío un poco—Creo en el destino.
—A veces el destino es cruel—baja la vista hacia su mano viendo su sortija de boda junto a la del que un día fue su esposo.
Quedó viuda hace dos años, su esposo era investigador privado y parece que alguien lo quería muerto nunca se supo quien lo hizo y ella trata de vivir con eso cada día.
Tome su mano para sacarla de sus pensamientos.
—Deberíamos casarnos tú y yo—bromeo un poco para romper la tensión—si no me he casado a los cuarenta deberíamos hacerlo tú y yo.
Retira su mano de la mía y frunce el ceño.
—No te conocía esas andadas—me echo a reír—pero voy a prometerlo—levanta el meñique—Yo, Isabella Rangel prometo que, si no me he casado a los cuarenta, me casare con la señorita aquí presente...—estallaría de la risa en cualquier momento—Emma Anderson—termina de decir—¿Te quieres reír cierto? —junta sus cejas.
