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Estoy esperando que la senadora me atienda.

El edificio de su partido político es una pesadilla, todo es tan brillante, tan transparente y hay banderas por todos lados, a mi lado tengo una enorme caja con banderines. Los colores son blancos y las letras de Rp parecen más de una estampa de vino que de un partido.

Rp no es respuesta, es Restauración a la patria o algo así.

—Tu madre te llama —la voz de Martina Ramos perfora mi interior, elevo mi mirada de los banderines y me encuentro con sus ojos, fríos e inexpresivos. Tomo mi bolso y deslizo la tira por mi hombro, las puertas de la oficina de mamá están abiertas de par en par, pero antes de llegar si quiera ahí... Martina me detiene. Desliza su mano por mi cintura, me atrae a su cuerpo con firmeza y antes de que pueda reaccionar ya tengo sus labios pegados a los míos. Pongo ambas manos sobre sus hombros para alejarla. —Solo para que no me olvides —susurra y se aleja en dirección a la recepción, mueve sus caderas de manera provocativa, trago saliva. Quiere que vaya tras ella, me lo sugiere y lo confirmo cuando se gira a verme por un lapso de segundos.

Aprieto mis labios, pero no... no puedo.

Giro mis pies en dirección a la oficina de mi madre, respiro profundamente y en cuanto pongo un pie dentro me encuentro con los ojos azules de tres Wittenveng. La oficina de la senadora no es como cualquier oficina, tiene una mesada larga como para diez personas y un librero que no tiene muchos libros. Antes tenia un espacio solo para ella, pero le gusta más cuando puede tener a muchas personas dentro y sentirse más importante.

La senadora Rodrigo quita su mirada verde de la computara y clava sus ojos en mí.

No puedo dejar de mirar a una Wittenveng, tiene la mandíbula tensa y me perfora como si quisiera asesinarme, estoy segura que todas aquí han visto como Martina Ramos me robo un beso.

—Luna, ¿tienes lo que te pedí? —llama mi atención, quito mis ojos del rostro de Ximena y paso por su lado, siento que me sigue con su ojos. —Siéntate por favor

Niego, saco mi laptop y me acomodo a su lado para que pueda ver la pantalla. Mientras busco lo que me ha pedido, levanto suavemente los ojos para verla por un segundo más y me arrepiento al momento en que descubro que sigue con su atención en mí. Desvío la mirada a las otras dos mujeres y me arrepiento.

Maximiliana Wittenveng.

Ana María Wittenveng.

Sus miradas son aun más profundas que los ojos de Ximena.

Vuelvo a la pantalla y a lo que me ha pedido mamá. Quería información sobre de los candidatos, debilidades, familia, hijos, vida privada y todo lo que pueda servirle para su campaña. Cuando me llamo a las cuatro de la mañana y me pidió que hiciera esto, no pude decirle que no... la llame fascista.

—Quiero que destruyas a este Luna—señala el nombre en pantalla —Alberto Manzur —lo dice en voz alta para que las demás Wittenveng escuchen. ¿Ximena está trabajando con mi madre? ¿Por qué no me lo contó? No digo que tiene que contarme lo que hace con su vida, solo que es mi madre... y es la senadora... y le cocine, hace dos días.

—Si comienzo una guerra con candidatos, tendré que soltar información tuya —miro sus ojos verdes, están resguardados detrás de unos lentes que usa para ver y noto cierto miedo en su mirada. —Tengo mucho sobre ti senadora —advierto

—¿Destruirías a tu madre, Luna? —una voz profunda llama mi atención, es la mayor de las Wittenveng y solo logro mirarla por unos segundos, su mirada es perturbadora.

—No, pero se notará que tengo una preferencia en política y yo... yo peleo contra la política, no me uno a ella. —relamo mis labios y abro la casilla de correo eléctrico. —Te enviaré todo por correo

INFLUENCIA;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora