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   Sus manos temblaban debido a los sueros que le colocaron antes de comenzar la misión. Las líneas azules se veían perfectamente sobre su pálida piel, comenzando desde sus manos hasta sus antebrazos.

   Había perdido la noción del tiempo, probablemente ya había pasado todo un día completo. Sus ojos agotados se dirigieron a la silueta de Eri durmiendo con tranquilidad y una sutil sonrisa se instaló en sus labios al verla respirar de manera lenta.

   Esperó sentanda en su lugar, tal como le habían indicado, la demora no fue tanta cuando la mujer alta de cabellos oscuros se acercó a ella con rapidez.

─Ya es hora. Le puse un suero para que olvide todo. . . Cumple con tu parte.

   Asintió sin más, viendo como se llevaban a Eri, un alivió recorrió su cuerpo antes de que la mirada ajena le atravesara el alma, volviéndola a su realidad.

   La idea de traicionar a la UA y a sus amigos le daba náuseas, podía imaginar la expresión que pondrían al verla en el bando contrario, sus caras de enojo, arrepentimiento y decepción, solo imaginar eso hacían hueco su corazón. Lo que la devastó fue el repentino rostro de asco y repulsión de Bakugō cruzar por su mente, eso sólo la hizo sentir aún peor.

   Caminó perdida, descalza y sintiendo el frío en sus pies. Una enorme luz le cegó los ojos, luego simplemente se acostó en una cama, viendo únicamente el techo blanco. Lograba ver de reojo como varias personas con batas se movían de un lado a otro y un pinchazo en su brazo la hizo retorcerse de dolor.

   El primero solo hizo eso; doler, pero el que vino le provocó que cerrara los ojos con fuerza al sentir como el líquido desconocido se mezclaba con su sangre. El tercero la hizo gritar, estando a punto de levantarse con rapidez, pero fueron los adultos quienes la sujetaron con fuerza. El cuarto. . . Fue un infierno, experimentó como su cuerpo hervía por dentro, como sus tejidos se desgarraban y sus músculos se tensaban. Para el quinto ya no sentía nada, solo lograba ver las marcas azules subir lentamente desde sus dedos hasta sus brazos.

   Había olvidado lo letales que podían ser las sesiones.

   Un recuerdo se presentó, dejó de estar en un laboratorio a estar en un campo lleno de flores blancas, con el cielo despejado, el viento moviendo su cabello y la calidez envolviendo cada fibra de su ser.

   Un día, luego dos y luego tres y finalmente perdió la cuenta. Después de cada sesión siempre terminaba entre dormida y despierta, alucinaba cosas, perdía la noción del tiempo, hasta que en una de esas simplemente se desmayó, rendida.

   No supo cuanto tiempo pasó así, y cuando despertó, apareció en una habitación distinta a la que había estado. Tenía una ventana que daba directo a la ciudad, pudo ver unos cuantos pájaros volar de un lado a otro antes de que alguien entrara de un portazo.

   La mujer que, ya conocía bien, se aproximó hasta su cama, en donde con unas simples palabras le dio a entender muchas cosas, y una vez más, sus ánimos cayeron con brusquedad e impactaron en el suelo con un golpe seco y realista.

   Una vez que se quedó sola, se tomó su tiempo para procesar lo que haría durante este tiempo. Cuando terminó de reflexionar se levantó con lentitud y caminó hasta el baño, se despojó de sus ropas y fue quitando una a una las vendas que cubrían sus brazos, encontrando cicatrices frescas.

   Se bañó, se vistió e intentó hacer todas esas cosas con prosa, porque de algún modo no quería que llegara la hora de fingir ser algo que no era, que detestaba y que ahora estaba obligada a hacerlo.

ᴄᴏɴᴇxɪᴏɴ | ʙᴀᴋᴜɢᴏ ᴋᴀᴛꜱᴜᴋɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora