Capítulo 4

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El Tecnológico de la Ciudad de México (TCM) era una universidad pública reconocida a nivel mundial por el perfil de sus egresados. Sin embargo, lo que todos ignoraban deliberadamente era que sus maestros en su mayoría sólo hacían acto de presencia y no explicaban ninguno de los temas hasta dos semanas antes de que se terminara el semestre. Incluso cometían el descaro de reprobar a sus alumnos por faltas inexistentes o por no entregar el proyecto final que se les ocurriera en el último momento. Los maestros se deslindaban de toda la responsabilidad y saturaban a los estudiantes durante los últimos días para recaudar suficiente evidencia y lavarse las manos ante los directivos del recinto. Para ellos estaba bien que aprobaran unos cuantos alumnos, ya que eso era suficiente para justificar su buena labor de enseñanza frente a los demás docentes. Ángelo era más rápido. Ángelo era más listo que todos y por ello obtuvo la excelencia académica al final del ciclo, coronándose como el mejor estudiante de su generación y de todas las especialidades. El mismo día de su graduación, se le entregó una constancia que estipulaba su ingreso permanente en el grupo selecto de la excelencia académica con un promedio de cien junto a otros nueve estudiantes. Era como pertenecer a la barra de las mentes más brillantes del país, sólo que en este caso era del estado Las Noas.

Sin importar su compromiso como estudiante universitario, para Ángelo fue difícil sobrellevar la presión de sus compañeros y del alumnado en general. Tan pronto terminaba la clase, recogía sus cosas, salía del salón y caminaba hasta la biblioteca. La habían construido hacía poco. Lo peor de ello era que se ubicaba hasta el final de la institución, cerca de la cancha de soccer, la pista de tartán, el campo de béisbol y el de fútbol americano. Tenía que transitar una enorme distancia. Para él no representaba un problema. Llevaba practicando la corrida desde que era un adolescente, además de que se había inscrito en el entrenamiento para corredores que ofrecía la universidad de lunes a viernes todas las tardes. La poca felicidad que había conseguido luego de hacer las paces con su homosexualidad se esfumó a los pocos meses de haber empezado la carrera como ingeniero químico. No tenía idea de que esa especialidad fuera demandada principalmente por mujeres. Sí, también había hombres; pero en una ínfima proporción. Durante las ponencias tendía a sentirse acordonado. El rabillo de sus ojos no lo traicionaba al sentir la fría necesidad de virar la cabeza en ciertas direcciones para toparse con las miradas furtivas e indecorosas de las mujeres más hermosas de la institución. Era complicado. Debía escuchar a sus profesores. Eso era lo importante, no las lascivias de Bárbara, una loba merengue de caderas anchas y pechos levantados que desde el primer semestre había tratado de llamar su atención. Sus cabellos lacios eran castaños, con una caída hasta por debajo del cuello. Le encantaba usar pantalones de mezclilla ajustados y blusas de hombros descubiertos. Era alta, hermosa y de ojos oscuros; la mujer más inteligente de la ingeniería. Su promedio en toda la carrera se mantuvo arriba del 97, siendo superada únicamente por Ángelo. Sus amigas hablaban con ella sobre la indiferencia con que la desplantaba, sobre que él no estaba interesado en una relación y que prefería enfocarse únicamente en sus estudios. Bárbara era una joven carismática y de un cuerpo incomparable. Todos los ineptos que trataban de conquistarla le parecían una pérdida de tiempo, bobos sedientos de carne fresca. Lo que no sabían era que ella tenía a alguien en la mira. Un solo objetivo por cumplir. Ángelo irradiaba un aura extraña y envolvente; la mataba de curiosidad averiguar más de él, conocer sus aspiraciones, sus pasatiempos... ¿Qué tan bueno era en la cama? Porque sí, Ángelo atraía las miradas de todas las féminas. Al deambular por el campus se tomaban el tiempo correspondiente para mirarlo de pies a cabeza. La elegancia de sus vestidos lo ayudaba a remarcar los finos trazos de su musculatura. Bárbara creía ser la indicada para que fueran la pareja ideal; el estandarte de los amores prósperos. Sin embargo, tenía mucho trabajo por delante porque Ángelo no era como los otros hombres. Podía percibirlo claramente.

Él era un hombre diferente.

En su trayecto hasta la biblioteca, Ángelo mantenía la cabeza inclinada hacia el frente. Veía las baldosas, las puntas de sus pies asomándose en su visión. Dado que el cuerpo estudiantil de la carrera estaba conformado prácticamente por mujeres, era habitual que los muchachos de otras carreras vinieran a cortejarlas. Eso lo ponía incómodo. Lo hacían sentir un marginado. Le daba lástima no poder disfrutar el amor como ellos. La envidia no era parte de su sistema. Entendía bien la problemática en la que estaba envuelto. Sin embargo, eso no lo exentaba de la avidez y la pretensión.

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