Capítulo 30

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La noche del domingo, Dustin investigó en su celular cómo escribir correctamente una crítica. Gracias a eso, se limitó a redactar un análisis personal de lo que había entendido durante su viaje por Nuevo León. Dustin no era como Ángelo. Tuvo que esforzarse y aprovechar sus ratos libres para leer el mayor tiempo posible. Llevaba una especie de bitácora o control escrito que actualizaba constantemente con ideas principales. Mientras sus compañeros descansaban, el oso pardo se sentaba en un rincón para no apresurarse. Desde el primer día supo que no iba a ser fácil. Su narración era de una naturaleza desconocida. No se comparaba en nada con los libros de secundaria. Era peor. En cada oración había una o dos palabras que desconocía totalmente y las buscaba en el diccionario. Para hacer las cosas más fáciles, descargó uno que incluía un catálogo de sinónimos en línea. De esa manera podía disociar bien la semántica de los versos y describir mejor sus comentarios dentro de la reseña. Algunos de sus compañeros estaban curiosos por preguntarle el porqué de su cambio de comportamiento. Nunca lo habían visto con una libreta de apuntes más que cuando era tiempo de declarar todos sus bienes patrimoniales. «Hice una apuesta», les respondió. «Tengo que terminarlo antes de regresar a la Ciudad de México». Por la manera en la que se los dijo, no volvieron a molestarlo hasta la noche antes de su regreso para confirmar el cumplimiento de su misión. Como recompensa por haber servido en otro estado de la República, el escuadrón de Dustin fue gratificado con dos semanas de descanso. Este lapso fue de gran utilidad para el úrsido. Gracias a eso pudo trabajar durante dos días completos en el mejoramiento de su redacción y escribir un resumen de varias páginas. Cuando lo acabó, las metió en un folder amarillo con un sujeta papeles. Buscó el contacto de Ángelo en su teléfono y le mandó un mensaje para saludarlo. Después de una larga conversación remembrando sus aventuras con los regiomontanos y su belleza insípida, Dustin le comentó que estaba listo para que lo sometiera a una exhaustiva interrogación sobre el poema que le encargó leer. Al canino le pareció gracioso que lo llamara de esa manera. Sin embargo, no quería iniciar ningún proceso en su contra. No era eso lo que buscaba en el oso pardo. Para Ángelo era suficiente que hubiera tenido la iniciativa de llevar a cabo una tarea tan complicada como la que le había pedido. Como sabía que no iba a poder desincentivarlo de sus propósitos, accedió; pero nunca lo aprobó. Lo esclareció aquella tarde en el museo Arocena, aprisionado por sus incisivas aspiraciones para demostrarle que quería estar a su lado. No se le ocurrió preguntarle a qué se refería exactamente con eso, pero era probable que Dustin estuviera profundamente enamorado de él.

Sus mensajes de texto adquirieron una tónica diferente después del viaje. Usaba palabras de mayor técnica, de significados más amplios y profundos. La mala ortografía se había reducido considerablemente y respetaba la estructura básica de la oración casi todas las veces. Era difícil de creer que Dustin hubiera absorbido esa gran cantidad de conocimiento en unas cuantas semanas. Aquel poema, Conveniencias de no usar de los Ojos, de los Oídos, y de la Lengua, estaba escrito con un estilo que era insufrible para los tontos. En el momento que le dijo que lo había comprendido, no quiso apresurarse para desmentirlo. ¿Era probable que el úrsido fuera mucho más inteligente de lo que creyó en un principio? Era una vibra remota, como una espina en un sitio difícil de alcanzar que no lo dejó estar tranquilo en la estancia de su habitación. Dustin era un hombre que jamás quiso inspeccionarse intelectualmente. La naturaleza de sus pecados hizo que su alma engendrara una luminosa revelación que delató toda la maldad que había acumulado a lo largo de su miserable existencia. Una chispa de lucidez que lo avergonzó por muchos años y que de no ser por los esfuerzos de Ángelo no habría podido plantarla insondablemente en su espíritu. El canino tenía que aceptar que Dustin cumplió su parte del trato. Independientemente de la forma en la que lo haya logrado, lo consiguió. El oso pardo lo invitó a cenar a Martin's a las 8.00 de la noche y le dijo que pagaría toda la cuenta sin excepción alguna, aunque fuera un restaurante más costoso. Lo mataba la curiosidad por escucharlo hablar sobre lo que aprendió del soneto y averiguar si los dos habían concluido lo mismo. Tres horas antes de su encuentro, Dustin sacó de su clóset un cambio de indumentaria distinto al habitual. Se trataba de una camisa casual merengue, abrigo beis de botones, un pantalón negro con cinturón y hebilla de cromo, zapatillas marrones de gamuza con cintillas y lentes Rayban de micas blancas. Al dejarlo sobre la cama, se quitó la ropa para bañarse. Se cercioró de limpiarse bien. Era una ocasión especial y no quería que sus planes fueran arruinados por descuidos higiénicos. Compró una loción especial con una fragancia masculina y cautivadora. Una vez vestido, hizo unos pocos ajustes en las mangas de su abrigo frente al espejo y sonrió. El viaje por Nuevo León fue divertido, pero no representaba la causa de su cambio de mentalidad. Todo se lo debía al poema y la investigación que hizo mientras transitaba por las carreteras federales, cuando descansaba y se ponía a leerlo tranquilamente en su cama y durante los tiempos de ociosidad. Su nivel de disciplina dentro del ejército impidió que lo viera como una tarea de difícil aprendizaje. Esto era el preludio que vaticinaba un reencuentro intelectual entre Ángelo y Dustin, siendo el primero el de mayor influencia hasta después de la cena. No iba a dejar ir esta ocasión. Tenía que ser perfecta. Le dio un último repaso a su exposición antes de salir de su casa con todo lo necesario dentro de una mochila gris que había tenido guardada desde hace meses. Condujo varias calles hacia el Centro y dio vuelta en la calzada Colón. El restaurante no estaba lejos. Tardó apenas un par de minutos en encontrar lugar en el parqueadero y subir los escalones del pórtico hasta la puerta de cristal. Eran las 7.52, pero Ángelo ya lo estaba esperando en una de las mesas. Leía un escrito en la pantalla de su teléfono. No supo distinguir exactamente de qué trataba. Era tal vez el nuevo capítulo que ya casi terminaba de corregir. No le dio importancia. Sobraba describir su vestido, pero no el apretón de manos y el abrazo cordial que se dieron antes de sentarse.

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