«¡Ah, ah, ah, sí, s-sí, Dustin! ¡Ay, cabrón! ¡Oh... oh!»
Fueron las repetidas quejas de Carlos al sentir las embestidas brutales del oso pardo. Estaban borrachos. Cubrieron la estancia con fumarolas hasta desproveer los cargos de conciencia y la fermentación del sudor. Botellas de Don Julio 70, Maestro Dobel Diamante, Stella Artois, entre otra variedad de vinos y licores, los acompañaron durante la velada hasta caer desmayados sobre la alfombra. No hubo tiempo para escoger un lugar cómodo o una posición adecuada. Tan sólo el necesario para desplomarse y sucumbir ante el agotamiento. Dustin, tentado a beber lo que sus amigos le habían ofrecido para calmarlo, midiendo con la mirada el contenido del recipiente antes de engullirlo en un solo sorbo, rumió la posibilidad de la amnesia. Confió en la pasividad de su cerebro para olvidar todas las sensaciones que su cuerpo estaba a punto de experimentar.
No fue así.
La televisión mostraba al presentador del noticiero vespertino del canal 9. Había una protesta en la entrada hacia Valle Oriente por la escasez de agua potable. Llevaban dos días sin servicio y decidieron bloquear la intersección hacia la carretera Torreón-Matamoros. La nota era entretenida. Un reportero entrevistaba a las inquilinas furiosas por el desentendimiento de las autoridades correspondientes. Pero Dustin, bajo la ilusión de distraerse con los problemas de los demás y arrinconar toda esa iconografía perturbadora en la zona más oscura de su cabeza, no podía olvidar el cuerpo de Carlos deformándose por los empujes rígidos de su vientre, la manera en que le agarrotaba el miembro para que no pudiera sacarlo fácilmente; esa mirada excitada avistándolo desde los rabillos y la destapada sonrisa plagada por el colosal placer del empuje en el vacío intestinal. La estancia de la sala fue asfixiada por los clamores de sus compañeros. El chacal había ofrecido su cuerpo para que Dustin pudiera palpar un terreno amistoso. De pronto, el sonido de la televisión pareció ahogarse en un aire acuoso y deformador. Lo único que podía distinguir eran los atravesados recuerdos de aquella velada. No quería admitir lo bien que la había pasado, lo bien que se había sentido destrozarlos a todos en ese alocado jolgorio. Los poderes de su memoria fueron inmunes ante la grosura y la sinceridad del placer. Los rasgos de su masculinidad quedaron fracturados por haberse hermetizado reciamente en las corazas de su hombría. Un líquido blanquecino y pegajoso emergió de las cuarteaduras hasta derramarse. Era como una bola de cristal que en su interior reposaba una mezcla densa y presurizada cuya sensibilidad había ignorado hasta ese momento. El agobio no dejó que sus decisiones fueran claras. La fuerza de su voluntad la suplantaron sus compañeros al dejar que sus encantos lo sedujeran en el instante en que abrió las puertas. No hubo modo de detener toda esa flexibilidad. Sólo restaban los efectos de una violenta intrusión que contaminaría la pureza de sus escrúpulos.
Si es que alguna vez existieron.
Aquel líquido blanquecino era idéntico al que había expulsado en el cuarto de baño tras no haber aguantado un minuto más la lubricidad. Todo ese torrente de incomprensión estaba materializado en chorros cuantiosos. El úrsido tenía problemas para controlar su respiración. Todavía sostenía firmemente su pene en el momento en que el espanto ensombreció sus ojos e hizo que se deslizara por el muro hasta caer al suelo. No lo preocupaba limpiar, sino el significado de sus acciones, la desazón de las consecuencias de lo que estaba pasando. No habían transcurrido ni veinticuatro horas, pero una carga pesada en su nuca lo obligaba a medir los residuos que le escurrían por la uretra. El prepucio estaba retraído. El glande de un rojo vivo e irritado. El remordimiento era como un espasmo muscular, como agua helada en la parte baja de su espalda. Afortunadamente cesaron los ruidos de Carlos y sus amigos. Dejó de verlos en cueros y por fin pudo levantarse del suelo para echarse boca arriba sobre la cama. No quiso ir a la sala por su ropa interior, así que cerró los ojos y trató de relajarse unos minutos. El eco de la televisión era como una canción de cuna. No le importó el estado en el que había dejado el baño, tampoco la factura de la luz. Sólo quería estar tranquilo hasta la siguiente prueba de fuego, la cual iba a fallar en poco tiempo.
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Todas las sensaciones
General FictionUn prodigioso estudiante de Literatura se ve envuelto en una serie de infortunios sexuales que le impiden desarrollarse oportunamente ante la sociedad que lo rodea.