Capítulo 10

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¿Te acuerdas de Ángelo Elizalde? Ya sabes, el muchacho que sufría los imperceptibles acosos del director, el magnate. Estaba con nosotros. El que hablaba de manera recursiva en la clase de Estética. Ese mero ja, ja. Oye, ¡cómo era de correcto, eh! No se trababa al hablar ni siquiera cuando presentaba sus ensayos. Nadie pudo refutarlo. Claro, claro, nunca dudé de su inteligencia. Me ayudó algunas veces con mis escritos. Adoraba la manera en la que conectaba sus oraciones. Sí, podías leerlo sin ningún problema. Tu lengua adquiría como un empoderamiento al hacerlo. Eso, como una fuerza que estaba oculta en su interior. Generaba un impacto enorme en las personas. Como los griegos con su retórica, tal cual. Aunque sigo sin entender por qué se veía tan... desanimado. ¿Verdad que sí? No enderezaba el cuerpo, tenía unas ojeras horribles en sus ojos, una mirada así como de drogadicto. Quise hablar con él un par de ocasiones. A pesar de que nunca me trató con desdén, me daba cuenta de que lo estaba incomodando. ¿Sabes una cosa? Yo también me enteré de eso. Casi al final del ciclo, sí. No lo sé, pero dejó de ser el mismo. Todos lo supieron al tiro. No quería participar. Tampoco salir del salón. Se la pasaba allí el puto día entero. ¿Cuántos libros crees que leyó? Unos doscientos, ¿no? De esos gordotes como de 500 páginas. Me sorprendía que estuviera tan comprometido con eso. Yo creo que, de todo el alumnado, él fue el que verdaderamente abrazó la carrera como ningún otro. Era increíble verlo pasar de página en unos cuantos segundos. ¿Cómo lo hizo para leer sus novelas y los textos de la carrera al mismo tiempo? Sí, escuché a alguien decir que probablemente ya los había leído mucho antes de que se inscribiera. No me sorprendería saberlo. Es un genio. Tal vez ya leyó otros doscientos en este último año. Fíjate que a mí no me daba envidia que acabara los exámenes tan rápido. Sí, entiendo, lo sé; podría haber parecido un presumido al girar las hojas de los exámenes indiscriminadamente para contestar la parte de atrás, pero estoy seguro de que esa no era su intención. A los cinco minutos se levantaba para dejarlo en el escritorio, largarse a la cafetería y seguir leyendo sus libros. Ja, ja, sí, estaba inmerso en su propio mundo. No despegaba la mirada ni cuando caminaba de regreso al coche. Una vez lo seguí. Estuvo a punto de caerse de hocico contra el suelo al bajar uno de los escalones del parqueadero. De no ser porque tuvo la precaución de medir sus pasos, le habría pegado un grito para que tuviera cuidado. No, no me habría reído. ¿Cómo se te ocurre? Yo lo respetaba. Todos le debíamos respeto porque nunca se metió con ninguno de nosotros. Lo acertado fue brindarle su espacio para que pudiera estar tranquilo. De esa manera pudimos mantener el orden hasta el último día de clases. No me quiero imaginar lo que habría pasado si lo hubiéramos molestado. Qué miedo, ja, ja, si era implacable en sus ponencias, no veía el motivo para esperar un resultado distinto al enfurecerse. Aunque, bueno, creer que Ángelo podría perder el control en cualquier momento no era descabellado. No sé por qué, pero me daba la impresión de que era de esas personas explosivas. Sí, sí, como si estuviera a la vanguardia, sólo que no lo demostraba físicamente. Pero, claro, él era paciente. Sobraba decirlo. Sin embargo, como te estoy comentando, tenía la corazonada de que sería capaz de cometer un asesinato si la consumía en su totalidad. Todos tenemos un límite. Nadie está exento de ello, ni siquiera el más listo de la institución. ¿Cómo? ¿Cómo así? ¿Que usa la lectura para distraerse? Para distraerse... ¿De qué? No te entiendo. ¿Para distraerse... del mundo real? ¿Por qué crees eso? ¿Tú supones que no es normal leer tantos libros? ¿Tú piensas que es extraño volver a ellos de la manera en la que Ángelo lo hace? Bueno, eh... No lo... No lo había pensado. No, ya te entiendo. Sí, como una vía de escape, ¿no? ¡Ah, caray! Me estoy poniendo nervioso. ¿Será cierto? Tal vez tenía problemas en su casa o no sé. Nunca nos dijo nada. Creo que tienes razón. Encaja perfectamente con su desánimo. Lo que dices tiene mucho sentido, pero no quiero creer que haya estado sobrellevando algún abuso. ¡Por La Madre Naturaleza! Yo sólo lo veía concentrado en sus lecturas. Me cuesta trabajo imaginar que dentro de su cabeza estuviera sufriendo. Lo sé. Las distracciones camuflan bien las angustias, los infiernos. Admito que en alguna época me quedaba viciado en los videojuegos hasta altas horas de la madrugada porque tenía pesadillas en las que mis padres peleaban hasta matarse. Afortunadamente logré superarlo. Como... a los 18, más o menos. Sí. Ángelo debería cumplir 30 este año. No, no sería normal que siguiera lidiando con esos problemas, si es que los tiene, claro. No podríamos estar seguros de ello a menos que se lo preguntemos. ¡Ah, claro! Nos lo dirá como si nada. Pendejo. No somos su terapeuta. Meh, le deseo lo mejor. Odiaría verlo otra vez con esa cara tan... tétrica. ¿Ah? ¿De Bárbara? No. ¿Qué pasó con ella? ¡¿Qué?! ¿Cuánto? ¡No mames! Qué mal... Y eso que era la mujer más bonita de la universidad.

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