Capítulo 31

79 3 9
                                    

Momentos antes, cuando Ángelo le dijo a Dustin que no podía ir por allí menospreciando su inteligencia, el oso pardo pudo ver por un instante a aquel hombre en el bar Reforma que lo gritó furioso. De pronto fue transportado a esa noche en que quedó expuesto ante todos los comensales. Fue un alumbramiento fugaz y poderoso; aunque ahora, en retrospectiva, la sensación era agridulce. No podía determinar con exactitud si estaba destinado a encontrarse con Ángelo aquel día. Sin embargo, el impacto fue efímero. Tan pronto Dustin le recordó las condiciones del trato, ese hombre decidido y abrupto se esfumó sin dejar rastro. Había sido arrastrado de nueva cuenta al abismo de su alma y no volvió a saber de él en toda la noche. Dustin tenía miedo de que Ángelo no estuviera dentro de sus cabales. Esos cambios de comportamiento tan inconsistentes y erráticos hicieron que sus alarmas se dispararan de manera brutal. Sin embargo, algo le decía que lo peor ya había sucedido incluso antes de comenzar. Presentía que nada iba a resultar bien y que era demasiado tarde para darle una solución. La reacción de Ángelo fue la evidencia sustancial que aluzó sus vicios. Vicios propios del canino en los que Dustin no quería participar en ninguna circunstancia.

Guardó silencio para que tuviera tiempo de responderle. Sin embargo, después de haber estado varios segundos en un vilo mortal, el canino se levantó de la mesa, lo miró a los ojos y le dijo: «Hablemos en mi casa». El único recurso que usó para mantener la calma fue el tono en que se lo había dicho. Una vez pagada la cuenta, el úrsido agarró sus cosas y salieron del restaurante. Eran casi las 9.30. El tráfico era luminoso y vívido. Soplaba un viento apacible. Dustin estaba siendo acorralado por euforias malignas, turbulencias que lo hicieron creer que por fin lo había conseguido. Su deseo sexual quería traicionarlo. Sus entrañas empezaron a revolverse. Pronto sintió que le faltaba el aire y que su cuerpo no iba a ser capaz de resistir la imponencia. Una vez en el parqueadero, Ángelo le dijo que lo siguiera durante el camino. Tuvo que recuperar abruptamente la compostura y disipar cualquier señal que estuviera relacionada con su cuerpo desnudo sobre la cama. Esto no significaba que Dustin había maquetado la reseña del poema o su interpretación personal. Sus esfuerzos por entender la lectura antes de la fecha límite, por terminar de escribir el reporte y prepararse para su exposición estaban fuera de los alcances naturales. Ángelo lo había entendido mejor que nadie, más que Dustin. Sin embargo, a pesar de que obvió la recompensa en algunas ocasiones, tenías dudas sobre lo que iba a suceder esa noche; pero el simbolismo, la interpretación por la forma en la que se lo había pedido hizo que sus ideas se derramaran por todos sus miembros como una hemorragia. El morbo era competente en ese momento. Estaba haciendo de las suyas, pero Dustin imaginó que habría una reacción de una naturaleza más detonante. No fue así. Aun describiendo todas las sensaciones que el oso pardo avezó al escuchar la invitación a su apartamento, y las constantes y vívidas señales sobre su ambivalencia mental, no hubo manera de retenerlas en su totalidad. Sus deseos carnales fueron ahogados bajo el peso de la determinación psicológica que Dustin había estado fortaleciendo a lo largo de todo este tiempo. En un principio hubo un motivo bajo el cual el úrsido realizó el reporte de lectura definitivo del poema. Un motivo que maduró mal, que no se amoldó correctamente desde que enfocó su capacidad en el aprendizaje y el desarrollo literario. Su fascinación por el coito disminuyó a su efecto menor. En consecuencia, su apetencia por adueñarse del cuerpo de Ángelo no eran más que los elementos de un nivel inferior en el escalafón de la plenitud, mismo que Dustin dejó atrás hace mucho tiempo. Su cumplimiento se había reducido al requisito de un listado de apartados incalculables.

El trayecto desde Cobián hasta San Pedro era larguísimo. Gracias a eso, pudo calmar los efectos colaterales. Fue reduciendo su tamaño hasta recobrar un aspecto ordinario. No quiso oír música ni prender la radio. Impasible ante la realidad, Dustin inhalaba con impaciencia. Sus pulmones fueron los únicos órganos de su cuerpo que lo auxiliaron en su odisea. El poder que adquirió para administrar sus reflejos había sido gracias a su entrenamiento y al arduo esfuerzo al que se sometió por voluntad propia para entender un poco mejor los encriptados mensajes de la literatura. En un caso particular como este, en el que el oso pardo derribó sus propias murallas para que Ángelo pudiera pasar sin dificultades, su capacidad de réplica se redujo casi por completo incluso antes de abrir la boca. Por ello le era más difícil controlar sus espasmos frente a él. Se trataba de una respuesta involuntaria, como una patología relacionada con el amor. ¿Por cuál otro motivo su cerebro querría desprotegerlo de él? Cuando Dustin llegó al restaurante, iba confiado. Quería develarse como un hombre distinto. Así fue al principio. Para los dos, el plazo de la conversación había sido revelador; pero cuando Dustin lo oyó decir que lo acompañara a su apartamento, perecieron todas sus armas. Avergonzado de su reacción, el úrsido recogió lo que pudo antes de ingresar al vehículo. Sería inaceptable que las emociones trazaran el curso cuando había logrado impresionarlo con sus iniciativas racionales.

Todas las sensacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora