Capítulo 14

31 3 0
                                    

De noche, la ciudad era más bella e inspiradora. Esos matices cegadores en el recorrido hacia la diversión discurriéndose desde los espectaculares y los infinitos carteles develaban una faceta inexpresiva por parte de Ángelo, quien conducía por el bulevar Independencia en su Sentra último modelo color plateado. Regresaba de la oficina. Vestía su traje grisáceo a medida preferido y escuchaba Now That We're Alone en su estéreo.

Se dirigía hacia El Cole.

Creía que la homosexualidad era un tema delicado. Así lo afirmó frente al director. Desde aquel día que lo fue a ver a su oficina para enfrentarlo, no volvió a ser el mismo. Se negaba a creer que la sexualidad no tuviera ese peso tan prominente para definir la felicidad, que no fuera posible edificar el carácter de un individuo sin ella. Pero las recientes declaraciones de Tomás hicieron que el tapete se moviera de nuevo. ¿Y si todo este tiempo había creído mal? Al parecer sí lo hizo porque, al entrar al lugar, luego de haber enfrentado las miradas profusas de los que avisaban en el zaguán, el tono elocuente del guardián de la puerta que usaba suspensorios oscuros y la luz rosada del pasillo hasta el gran salón, presenció las vibras de un territorio hostil. La tensión ambivalente del impacto sexual. El volumen de la música. La tonalidad negativa del escenario. La elegancia del establecimiento. Todos esos hombres sentados junto a la barra bebiendo licor y charlando animosamente. Aquellos afortunados agasajándose en los rincones. El repertorio de bailarines semidesnudos bailando en la pasarela. Esa apatía producto de la desconfianza de algunos laudos en el extravío. Ángelo iba a paso lento. Revisaba el local a detalle. No estaba asustado. Más bien... sorprendido. Nunca creyó que visitaría un sitio como ese.

Ahora sonaba DARE.

Se acercó a la barra y pidió un trago. Era un mundo nuevo para él. Aun así, no se miraba ajetreado. Antes de sentarse en el taburete, vio pasar a una hiena que examinó todo su cuerpo. Al ver sus ojos, percibió un extraño poder que emanó de su interior. Una vibración materializada en un aterrizaje de sentimientos brutal que le erizó el pelaje. Era muy apuesto. Tenía el cabello oxigenado de púrpura y la cabeza rapada de un costado. Hombros amplios y distribuidos. Usaba pants grises y una camiseta color rosado de tirantes. Después de que la hiena siguiera su trayectoria, se dispuso a ordenar un güisqui doble.

«Claro que sí, mi rey», lo alabó el barman. Era un felino rubio y amanerado que llevaba una braguita oscura y una camisa negra de botones. «¿Es tu primera vez aquí? No te había visto antes».

Ángelo se apoderó del frasco y lo revisó.

—Estoy buscando respuestas.

«¿Qué clase de respuestas?» Habló una voz varonil a sus espaldas que se encarnó en la hiena que había visto hace unos segundos. Se acomodó en el taburete de al lado y recargó los codos sobre la barra mientras esperaba una respuesta.

—Saber si el matrimonio es fidedigno o no.

Tanto el barman como la hiena se rieron de su declaración. Ángelo los miraba confundido.

—¿Dije algo chistoso?

—Cariño, por favor —el felino limpiaba el interior de una copa con una servilleta—. Hemos visto todo tipo de hombres aquí. Créeme cuando te digo que es imposible llevar la cuenta de los que están casados.

—La hipocresía es inconmensurable, pero no hay nada que podamos hacer al respecto —agregó la hiena a modo de burla—. Aquí lo único que se respeta es la discreción.

Ángelo acabó de beber y le preguntó:

—¿Cómo así que la discreción?

El felino negó con la cabeza lamentándose de la inocencia del canino.

—Será mejor que le des un paseo por el sitio para que lo entienda —le dijo a la hiena—. Está claro que es nuevo en esto...

—No tienes que decírmelo —se puso de pie—. Desde que lo vi entrar me enteré. No te preocupes, tendré cuidado con él.

—Yo sé que sí.

Extendió su mano hacia Ángelo.

—Acompáñame, por favor.

El canino desconfiaba.

—¿Qué sabes tú de mí?

—Lo sé todo, nene —respondió—. Con tan sólo ver tus ojos lo supe todo. Ya lo entenderás, pero tienes que seguirme si quieres encontrar lo que estás buscando.

¿Acaso se refería a lo que sintió en ese momento? Observó lo delicado de sus dedos, la perceptible suavidad de sus almohadillas antes de obedecerlo.

Ahora sonaba Bliss.

—No te preocupes —lo conducía hasta la pista de baile—. Aquí nadie puede ser juzgado.

Se detuvieron en el rellano para contemplarlo todo desde el barandal. Ángelo tenía las manos en los bolsillos de su pantalón, impasible. Divisaba una galería difícil de cuantificar. A pesar de ello, lo importante no eran los números, sino los rasgos bajo los cuales sus miembros estaban vestidos. Los más extravagantes eran los transgéneros, con sus vestidos de lentejuelas, el pegote que disfrazaba sus rasgos ásperos y varoniles, la altura de sus tacones a juego y su despenado temperamento.

—Ya lo veo —habló el canino distrayéndose con el número de los bailarines en la tarima central—. Aquí encuentran la libertad que no existe allá afuera, ¿no?

—Empiezas a entenderlo.

—Sé lo que se siente no poder ser quien tú quieres ser por tantos años...

—Y fue precisamente eso lo que te trajo aquí —lo comentaba la hiena—. Bueno, eso y que probablemente estés disuadido en una relación con un hombre casado, ¿cierto? No quieres sentirte culpable por eso, así que buscas comprobar si es verdad lo que te dijeron. ¿Me equivoco?

Era justo eso por lo que había venido. La arrogancia en su voz era seductora.

—¿Qué sabes sobre los hombres casados?

—Muchas cosas —contestó a modo de orgullo—. ¿Quieres que te presente a algunos?

—¿Harías eso por mí?

—Oye, no por algo me la paso caminando por toda la discoteca buscando a los nóveles curiosos como tú —dijo y empezó a bajar las escaleras hasta el nivel inferior—. Sígueme y te enseñaré.

Su cintura era poderosa. Su vaivén atraía las miradas de quienes pasaban cerca de él, incluso la de Ángelo, quien ajustó las solapas de su traje antes de emparejarse a su lado en el camino.

Todas las sensacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora