Capítulo 13

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Después de aquella noche en los sanitarios, Tomás y Ángelo iniciaron una relación sexual. Era habitual verlos juntos por los corredores, platicar en la hora del almuerzo o dejar las instalaciones a la misma hora. Lo cierto es que eran más que amigos, pero nadie se enteró de ello jamás. Se atuvieron a la discreción. A Tomás no le convenía que lo descubrieran. Amaba a sus hijos. Ellos eran el único motivo por el cual seguía con su esposa. No quería imaginarse en un divorcio y ver cómo eso los afectaría. No podía permitirlo. Era demasiado tarde para decir la verdad. Se había sumergido demasiado en esta mentira que construyó con el devenir de los años que lo mejor era fingir, por él y por el bien de su familia. Ángelo estuvo renuente durante los primeros meses. No le agradaba la idea de involucrarse con un hombre casado. Sí, la primera vez hizo una excepción. Era tanto el morbo que estaba sintiendo en ese momento que no tuvo el tiempo de considerarlo. Sin embargo, ahora que supo la verdad sobre Tomás y sus afanes por querer llevarlo a la cama, una carga de culpabilidad lo nubló. La cabra hizo lo necesario para convencerlo de que no estaban haciendo nada malo. Tomás quería estar con él. Era su decisión. Le dijo que no le interesaba su matrimonio, que sólo lo mantenía vigente por sus hijos, que el amor por su esposa se extinguió hace muchos años y no había motivos para agobiarse.

—No nos descubrirá —le dijo una tarde que estaban discutiendo en su oficina—. Jamás lo hará.

—No es eso lo que me inquieta, Tomás —respondió el canino—, sino que tú hiciste un compromiso con ella. La estás siendo infiel. No lo disfrutaría sabiendo que tienes una mujer esperándote en casa.

—Créeme, Ángelo —dijo al acomodarse el saco, harto de no poder disuadirlo—, no soy el primero que lo hace. Ya te lo había dicho.

—¿Eso que significa? —lo cuestionó en el instante que abrió la puerta de su oficina— Más bien la pregunta debería ser: ¿Qué se supone que haga, entonces?

—No lo sé, usa tu ingenio —sugirió y se fue.

Ángelo se reclinó en el respaldo de su silla, agobiado. Tomás era muy apuesto. Le atraía ese temple duro y adusto, aquella postura excepcional y el volumen natural de su cuerpo. No se ejercitaba, pero había adquirido una individualidad poderosa. Adivinar su desnudez al completo lo agitaba. No obstante, la educación que le dieron sus padres era más pesada que su lascivia. Por ello no pensaba ceder a menos que encontrara un motivo adecuado que lo convenciera. ¿Que usara su imaginación? Claro. Eso estaría bien, aunque tenía el presentimiento de que requeriría más que conjeturas y un marco teórico propio para doblegarla. Así que su instinto lo situó en la frase que le dijo durante la discusión: «No soy el primero que lo hace.» Era allí desde donde debía partir su imaginación. Habérselo dicho en dos ocasiones tenía que significar algo importante. La frase en sí era controversial. Por lo tanto, también calificaba como el móvil perfecto para descifrar el significado de su argumento. Tomás sabía cosas que él no. De otra forma, ¿por qué se la diría? Su laptop estaba encendida. Había una hoja de Excel con información esquematizada sobre la empresa. Contemplaba sus posibilidades. ¿Sería útil buscar evidencia en internet? Nunca lo había utilizado para ello, salvo para mirar pornografía y obtener reseñas revisadas para sus ensayos de la facultad de Literatura en el Instituto Enrique Mesta. Podría echarles un vistazo a esos foros de páginas web en los que las personas hablaban de muchos temas, como Reddit, Quora o 4chan. Esos eran de los que más había escuchado, los más populares. ¿Habría un espacio en concreto para esta conversación? No lo descartaba, pero dudaba de la veracidad de los testimonios. ¿La gente desglosaría sus experiencias detalladamente? Estaba al tanto de los sobrenombres, los alias que usaban para ocultar su identidad. Tal vez esa era la estrategia adecuada para desahogarse y conseguir algún tipo de retroalimentación. Quería averiguarlo, así que abrió el navegador e inició la travesía. El buscador desglosó numerosos resultados que abogaban experiencias inofensivas de heterosexuales con otros hombres, algo normal según los articulistas. Había enlaces a entradas bastante interesantes de leer. Aunque eran de autores anónimos, se leían bien. Incluso algunos confesaban no tener ningún problema con volver a intentarlo. Varios aceptaban haber formado una familia. Sin embargo, les alegraba haber experimentado con otros hombres. Conservaban como recuerdos gratos esas aventuras que habían vivido. Ángelo se llevó la mano a la boca mientras leía los titulares: «Cuando nos masturbamos juntos...», «Aquella fiesta en la que nos besamos frente a todos...», «Me invitó a cenar este tipo que era guapísimo...», «Quise experimentar...», «Tuvimos un trío...», «Final feliz en la despedida...», «Amistades con derechos...», «Visité la sauna del centro...»

Entre más se adentraba en aquel mundo oscuro encontraba publicaciones aún más detalladas. El morbo era incontrolable. Pronto halló lo que estaba buscando. En realidad no, pero iba a facilitarle las cosas. Leyó que la manera más eficaz de tener un encuentro era visitando alguna discoteca, bar o punto de reunión; que no usara las aplicaciones de citas porque eran peligrosas y estaban repletas de hombres indecisos y prepotentes. Lo que más llamó su atención fue la declaración del final de una publicación: «Allí he quedado con muchos hombres, incluyendo hombres casados. ¡Ufff! Esos sí que valen la pena. Te tratan diferente, son cariñosos y les encanta el desmadre...» Apareció el nombre de un sitio: El Cole, ubicado en la calle Rodríguez y bulevar Independencia. La fotografía adjunta hizo que lograra identificar ese edificio de inmediato. Lo había visto varias veces al conducir de regreso a su departamento. En la noche, cuando ya nadie los podía distinguir claramente, muchos hombres iban allí para pasarla bien y hacer nuevos amigos. Y sí, también para ver si pescaban a la cita perfecta, al pretendiente ideal. El canino se alejó del escritorio. Miró hacia la ventana. Estaba nublado. El tráfico era regular y podía apreciar un ambiente puro y limpio gracias a las lluvias de aquella semana. Volvió el rostro hacia la pantalla. Rumiaba si estaría dispuesto a brincar los muros, a deshacerse de su zona de confort y comprobar por cuenta propia los alborozos que tanto adelantaban los de afuera. Y lo más importante: corroborar de una vez por todas si el abstracto del matrimonio como tal era fidedigno. Los nervios jugaban un papel importante en su decisión. Estaba seguro de que no perdería nada con intentarlo.

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