La oficina de Kinn estaba sumida en una penumbra opresiva, solo interrumpida por el parpadeo constante de las luces. Con una enorme montaña de contratos dispersos por su escritorio, fruncía el ceño mientras pasaba una mano por su cabello desordenado.
El tic-tac constante del reloj en la pared solo servía para agravar su ansiedad. Cada contrato parecía más complicado que el anterior, y el tiempo para resolverlos se agotaba rápidamente. Había tenido que apagar su teléfono ya que no paraba de sonar, con llamadas de clientes impacientes y socios comerciales.
Vegas había tenido que viajar a Italia y a Corea para poder cerrar tratos de venta de armas y drogas, y sobretodo para expandir mas su territorio.
Pero a cambio tuvo que tener que cuidar a un par de omegas embarazados y un macao hiperactivo.
Con un suspiro frustrado, Kinn se levantó de su silla y comenzó a pasear de un lado a otro de la oficina, intentando despejar su mente.
El estrés lo envolvía como una nube oscura, haciéndole sentir como si estuviera atrapado en un laberinto sin salida.
De repente, el sonido de la puerta abriéndose lo sacó de su trance. Tuvo que reprimir su gesto de fastidio al ver que era su asistente, con una pila aún mayor de documentos en las manos.
Kinn apenas pudo contener un gemido de desesperación mientras se preparaba para sumergirse aún más en el caos de los contratos.
Se dejó caer pesadamente en su silla, agarrando con fuerza el puro que reposaba en el cenicero.
Lo encendió con gesto automático, dejando que el humo se esparciera por la habitación y formara volutas en el aire.
Tomó una copa de cristal tallado de su estantería, vertiendo con cuidado un generoso chorro de Château Margaux 1787, su vino más caro y lujoso.
Con el puro entre los labios y la copa en la mano, cerró sus ojos por un momento, tratando de encontrar un momento de calma en medio del torbellino de problemas que lo rodeaba.
El sabor profundo y complejo del vino acariciaba su paladar, proporcionándole un breve alivio a su agobiada mente.
Sin embargo, la sensación de calma fue efímera. Los contratos seguían esperando, y el tiempo seguía corriendo en su contra.
Con un suspiro resignado, se armó de valor y se sumergió de nuevo en el mar de papeles y negociaciones, sabiendo que la única forma de salir a flote era enfrentarlos uno por uno.
Cuando estaba por firmar su decimoséptimo contrato del día escucho como se abría la puerta. Sin poder evitarlo soltó un gruñido al pensar que se trataba de nuevo de su asistente.
Pero su mayor sorpresa fue su hermoso Omega vistiendo uno de los trajes que le había regalado que hacía juego con el suyo.
Arm entró en la oficina de Kinn con una taza de café humeante, dispuesto a ofrecerle un momento de alivio en medio de su ajetreado día.
Al acercarse al escritorio, notó algo que le preocupó de inmediato al ver la mirada fatigada y sus movimientos lentos, pero sobretodo el ver claramente las pronunciadas ojeras bajo sus ojos.
¿Kinn?- preguntó Arm con suavidad, tratando de no parecer demasiado intrusivo.- ¿Acaso otras vez estar dejando de dormir?- pregunto viendo a su alfa
Kinn dejó escapar un suspiro, masajeando sus sienes con los dedos.
Algo así- admitió, su voz cargada de agotamiento.- hay Demasiado trabajo y no suficiente tiempo.- dijo viendo a su Omega.
Arm se acercó, dejando la taza de café sobre el escritorio y observando más de cerca a su alfa.
Las sombras oscuras bajo sus ojos eran un testimonio del estrés y la falta de descanso que había estado acumulando.