Capítulo:8

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NARE

Me encontraba en mi cuarto arreglándome para la supuesta cita, ni siquiera sé porque acepté pero bueno, voy a darle una oportunidad. Me puse un vestido suelto corto con tirantes de color azul cielo, unas sandalias negras, y había anudado mi cabello en una cola en lo alto de mi cabeza.

Odio ponerme maquillaje en el rostro, o no me sentiré yo misma en todo el día, el cual tenía pensado aprovechar a lo máximo. Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos, cogí mi móvil que estaba sobre la mesa de noche para luego decir adelante.

—Señorita, un joven la está buscando.—informó la empleada asomando la cabeza hacia mi cuarto.

—Vale, enseguida bajo.

En cuanto la empleada se fué, me miré por enésima vez al espejo, mis mejillas se tiñeron de un color rosado. ¿Cómo se llamará éste sentimiento que está naciendo dentro de mi?, será amor o simplemente algo pasajero, se podría decir así. Dejé mi mar de pensamientos a un lado y volví a la realidad, bajé y lo encontré en la sala de estar de espaldas viendo una foto familiar, él en cuanto notó mi presencia se dió la vuelta.

—Estás preciosa.—dijo mirando detenidamente mi cuerpo.

—Gracias, tú tampoco estás nada mal.

Lleva puesto una camiseta blanca de mangas largas, cuyos botones superiores no estaban abrochados y un pantalón negro.

—Una familia preciosa por cierto.-—me entregó la foto. La tomé y no pude evitar que se me nublara los ojos, la foto ya era muy vieja. Está fué la última que se tomó estando la familia completa.

—Desde que mi madre murió, ésta casa perdió todo su color.—hablé con voz rota.

—Lo siento mucho.

—La extraño mucho ¿Sabes?.

Sin darme cuenta ya me encontraba llorando. Nath me abrazó tan fuerte que no quería soltarlo, quería permanecer en ese cálido abrazo por lo que, escondí mi rostro en su pecho y al mismo tiempo escuchando su respiración.

—Alguien me dijo una vez que podía contarle mis problemas, nadie nunca me había dicho algo igual, siempre había cargado con mis problemas yo solo, Sin necesidad de contárselo a alguien.—me habló con dulzura al mismo tiempo que me abrazaba con fuerza, apoyando su cabeza con la mía.—así que no dudes en contarme tus problemas.

—Ahora solo necesito que me abraces tan fuerte como puedas.—me aferré aún más a él.

Estuvimos así por un buen tiempo, hasta que llegó la hora de irnos. Está vez no traía su Lamborghini sino un Mercedes negro, me ayudó a sentarme como todo un caballero; rodeó la parte delantera del auto para entrar. Una vez ya dentro encendió el motor para salir rápido del estacionamiento e incorporarse en la carretera y salir de una vez por todas de nuestra residencia.

—¿A dónde me llevarás?.—incliné la cabeza en su dirección para mirarle.

Qué buen conductor está hecho, no ha apartado la vista de la carretera.

—¿Tienes un auto verdad?.—cambió de tema y al mismo tiempo girando el auto hacia la derecha.

—Si.—le seguí el juego.—Pero no sé manejar.

—¿Cómo es eso posible?.—sus ojos se abrieron de la sorpresa.

—Bueno, no he tenido tiempo para ir a una autoescuela, debido a que todos los meses tengo que ir a terapia con mi hermana menor.—aclaré.

—¿Le pasa algo a tu hermana?.—sus ojos se desviaron de la carretera para mirarme fijamente unos segundos.

—Es muda.

Nuestra Historia (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora