Epilogo

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Dos semanas después

El primer día que Camila volvió al trabajo, Lauren entró en Woods y se encontró a Jim en el mostrador. Jim alzó la vista desde el monitor del ordenador y la miró con una expresión seca.

–¿Algún problema? –le preguntó Lauren.

–Me caen bien los otros tipos con los que trabajas –dijo Jim–. Alec, Logan, Wilson y los demás. Y me caen bien tus amigos, Charles y, sobre todo, Aiden, porque acaba de gastarse una fortuna comprando algunas de mis cosas. Y también le tengo afecto a tu hermana, a Taylor. Es muy buena gente.

Lauren no estaba segura de qué iba a decirle, pero asintió. A ella también le caía muy bien toda aquella gente.

–Pero tú nunca me has caído bien –dijo Jim.

Lauren se echó a reír.

–Bueno, eso no es exactamente una novedad.

Jim no sonrió.

–Voy a pensar que todo el mundo sabe de ti algo que yo no, y que eres un buena tipa.

¿Y qué podía responder ella?

–¿Vas a cuidarla bien? –le preguntó Jim.

Lauren asintió.

–Sí.

Después de conseguir la aprobación de Jim, Lauren fue a la trastienda, donde estaba el taller. Allí encontró a Camila, con su enorme delantal, cubierta de serrín y con unas gafas protectoras. Estaba inclinada sobre una sierra, cortando algo que hacía chispas. Estaba rodeada por una nube de serrín y tenía cara de concentración.

Para no sobresaltarla, se quedó allí un momento. Era increíble que, con solo verla, la calidez inundara su corazón y calmara su alma. Al enamorarse de ella se había vuelto ua blanda, pensó. Sin embargo, ya no podía dar marcha atrás. Prefería sufrir la debilidad de tenerla en su vida que volver a su existencia sin ella.

Era muy afortunada y sentía mucha gratitud, porque Camila también estaba enamorada de ella, y había estado luchando por las dos. Esperó hasta que ella terminó, apagó la sierra y miró con atención la pieza en la que estaba trabajando. Entonces, se acercó.

Ella se giró y, al verla, en su cara apareció una sonrisa espléndida. Aquello le alegró el día, la semana, el mes... la vida entera.

–Hola –dijo Camila. Se quitó las gafas y se lanzó hacia ella.

Lauren la tomó entre sus brazos y la besó.

–Ummm –dijo ella cuando terminó el beso, con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios–. Echaba de menos esto.

Lauren se había levantado seis horas antes, y estaba segura de que la había besado minuciosamente antes de irse.

–Tengo una cosa para ti –le dijo.

Ella abrió los ojos y Lauren la dejó en el suelo con cuidado. A Camila se le estaba curando bien la pierna, pero seguía doliéndole un poco y, por el leve temblor de su cuerpo, Lauren se dio cuenta de que ella se había excedido con los esfuerzos aquel día.

–Siéntate.

–Dame, dame –dijo ella–. ¿Son magdalenas de las de Tina?

–Algo mejor. Siéntate.

Ella puso los ojos en blanco, pero se sentó.

Y Lauren se sacó su adorado pingüino del bolsillo.

Camila sonrió con sorpresa y tendió las manos hacia ella.

–No se quemó –susurró, abrazándolo contra el pecho.

–No quedaron muchas cosas intactas –dijo Lauren–, pero algunos de los muebles de tu abuelo, sí. Todo está considerado como prueba del caso.

Ella alzó la vista y la miró a los ojos.

–Y hay algo más –supuso.

Lauren se metió la mano al otro bolsillo y sacó otra pequeña talla. Era otro pingüino, idéntico al que tenía ella.

A Camila se le escapó un jadeo de asombro.

–Oh, Dios mío. ¿Hay dos? ¿Este también estaba en el barco?

–No.

–Entonces, ¿dónde?

–Hace un tiempo, me dijiste que pensabas que podía haber más tallas, así que investigué un poco y la encontré.

Ella se quedó asombrada.

–¿Cómo?

–Tu madre tenía los archivos de tu abuelo, o lo que quedaba de ellos, y yo los leí. Encontré una factura de hace años y me puse en contacto con la compradora, que era una exnovia de tu abuelo. Él le había vendido el pingüino y ella todavía lo tenía. Me dijo que era un recuerdo. Cuando le conté tu historia, cambió de opinión, y quiso que lo tuvieras tú –le explicó Lauren, y se encogió de hombros–. Me lo vendió.

Camila la estaba mirando con los ojos muy abiertos.

–Ha tenido que ser carísimo.

Lauren volvió a encogerse de hombros.

–Lauren...

Ella le metió un mechón de pelo detrás de la oreja y se la acarició.

–Quería que lo tuvieras.

A Camila se le empañaron los ojos.

–Pero...

Lauren le puso un dedo sobre los labios.

–Quería que lo tuvieras tú –repitió.

Ella se quedó callada. Estaba tan conmovida que no podía hablar.

–Nadie había hecho nunca nada igual por mí. Gracias.

Lauren tomó los dos pingüinos y le mostró que podían encajarse como las piezas de un rompecabezas, y que formaban una sola figura.

–Encajan –dijo Camila, maravillada.

–Sí. Como nosotras, Camila.

Ella cabeceó y lo abrazó.

–Eres increíble, ¿lo sabías?

–No, no lo sabía –dijo Lauren, y volvió a levantarla del suelo con delicadeza. Cerró los ojos y se deleitó con el mero hecho de tenerla entre sus brazos–. Tal vez debieras decírmelo, lentamente y con detalles.

Ella se la llevó a casa e hizo exactamente eso.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now