Capítulo 4

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Lauren alcanzó a Camila justo cuando salía de su despacho. La agarró por la muñeca y la obligó a que se volviera hacia ella.

–No he dicho que no fuera a ayudarte, Camila.

Cuando pronunció su nombre, ella le miró los labios. Y, en aquel instante, Lauren se dio cuenta de que ella se acordaba perfectamente de su beso.

–Entonces, ¿vas a ayudarme?

–Sí, te voy a ayudar.

–A cambio del espejo –le dijo ella; claramente, no se fiaba de Lauren, y quería dejar bien claros los términos del acuerdo–. Nada más.

Ella sonrió.

–¿Y qué tiene eso de divertido?

Camila entrecerró los ojos.

–Dilo, Lauren.

Ella se rio.

–Está bien, está bien. Mi ayuda a cambio del espejo. ¿Sabes una cosa? Puede que seas la mujer más cabezota que he conocido, y eso ya es decir mucho.

–Haz el favor de no compararme con las mujeres con las que sales –le dijo ella–. O lo que hagas con ellas. Todos sabemos que solo te acuerdas de cómo se llaman porque las llevas a la cafetería por las mañanas y ves su nombre escrito en los vasos de café.

Bueno, en cierta época de su vida, eso era cierto, pero estaba empezando a tomarse las cosas con más calma. Acababa de cumplir treinta años y ya no se divertía tanto ligando. Aunque eso no iba a reconocerlo delante de Camila.

–Para ayudarte en esto necesito que me des algunos detalles. Todos, en realidad.

–Está bien.

Entraron de nuevo en el despacho, y ella pasó de largo las sillas de las visitas y se acercó a la ventana para mirar al patio.

–Ese pingüino no vale nada, salvo para mí –le dijo–. Era de mi abuelo, y es lo único que tengo de él.

–Tu abuelo Ether, ¿no?

–Sí.

–Era un artista. Un ebanista como tú. ¿Tienen valor sus obras?

–No la tenían –dijo ella, sin volverse–. Por lo menos hasta que murió, hace casi diez años.

Por su tono de voz, que era cuidadosamente monótono, ella supo que aquello no era ninguna broma para ella.

–¿Cuántas figuras hay como esa?

–Yo solo conozco esta. Mi abuelo me la hizo a modo de juguete. Me dijo que los pingüinos se quedan con sus familias para siempre. Creo que una vez mencionó que había otro pingüino, pero yo nunca lo vi.

–¿Y quién sabía que existía este?

–Nadie. El pingüino era un juguete para que yo me divirtiera de pequeña. Que yo sepa, nunca hizo ningún otro para vender.

Sin embargo, estaba claro que había otra persona que sí lo sabía. Camila se dio la vuelta y la miró. Al ver su expresión de vulnerabilidad y dolor, Lauren se quedó sin aliento. Mierda. Iba a hacer aquello de verdad. Iba a buscar un pedazo de madera. Ella nunca tomaba sus decisiones basándose en la emoción, por lo menos, desde aquel lejano día en que tuvo que buscar a su hermana. Se dejó dominar por las emociones, y estuvo a punto de hacer que la mataran.

–Cuéntame más cosas de tu abuelo.

–Murió en un incendio en su taller.

–¿Estaban muy unidos?

–Sí. Yo vivía con él en aquel momento.

–¿Y tú resultaste herida?

–No estaba allí aquella noche.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now