EL PEREGRINO DE LA MÁSCARA

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El año que Xie Lian cumplió doce años, al sacerdote principal le fue ordenado por los dioses, que el Príncipe tenía que realizar un viaje, el cual consistía en un peregrinaje por todo el imperio. Con el consentimiento de sus padres, pero a regañadientes, a decir del emperador no era más que un castigo impuesto, tanto para el adolescente, como para ellos, por haber recibido todos esos dones, además de ser adorado casi como a un dios por ser el único hijo del emperador. Y realmente era algo que sentía con el corazón, que eso era lo que estaba ocurriendo. Les estaban quitando al hijo que les habían dado, dejándolos solos, en su edad madura, perdiéndose una etapa de la vida de su hijo. Sin embargo, no se opusieron y lo dejaron ir por cinco años.

Con el corazón acelerado, portando esa pequeña máscara, que se había vuelto como su segunda piel, los velos y un enorme sombrero de ala ancha, partió su alteza a ese extraño e intrigante viaje, a la edad de trece años. Con lágrimas en el rostro de sus amoroso padres y montones de incienso y sacrificios, rogando por su retorno, con vida dentro de cinco años fue despedido llevando una gran comitiva.

A pesar de todo esto, al Príncipe, le encantó la idea de salir y pasear por todo el reino. La aventura de viajar sin la constante vigilancia y control de sus padres y del sacerdote principal, así como la eventualidad de liberarse de usar el disfraz, le aceleraba el corazón. No iba solo, además de llevar todo lo necesario, iba acompañado de un séquito entre tutores, médicos, guardias y sirvientes, para su servicio personal, con las manos llenas de oro y plata, gemas preciosas y objetos de incalculable valor que, él mismo eligió, para obsequiar a sus súbditos. Además, de dos jóvenes guardias personales que, más que cuidarlo, serían sus compañeros de viaje.

El Príncipe Xie Lian, estuvo lleno de bondad y amor hacia sus súbditos. A todos lados donde llegó, los ofrendó con alimentos, piedras preciosas, sedas, finas telas, perfumes y regalos, por lo que era reconocido y adorado, por todo su pueblo como el más benévolo y dadivoso. Por demás desprendido de las cosas materiales, regaló sin medida ni reservas, a todos los que necesitaban, o que tuvieran un gesto de amabilidad, simpatía o afecto del más sencillo y puro hacia él, por lo que fue también correspondido. Amado, más que su propio padre el emperador, todos anhelaban el día fuera coronado, ya que traería consigo las bendiciones de los cielos. No había nada que él tocara o a donde llegara, que no provocara abundancia. Era definitivamente un don único, cuya aura generaba alegría en los corazones. No lo dejaban ir. En cuanto su caravana asentaba en un pueblo, este instantáneamente sufría una especie de hechizo que se volvía alegre, festivo, y sobre todo abundante. por lo tanto, los pobladores no aceptaban que se fuera y así lo retenían hasta que se cumplía un plazo adecuado en el que inevitablemente tenía que partir. No sin antes recibir montañas de ofrendas para él y sus padres, inclusive le fueron otorgados como regalo, jóvenes, hombres y mujeres, para que lo acompañaran y sirvieran a menos que él dispusiera lo contrario.

Cada semana recibía misivas de sus padres, y él también respondía, manteniendo el afecto vivo. Siendo tan joven le era necesario, para no sentir soledad y no estar sin una total autoridad. Los informes y pormenores al Emperador y los ministros acerca de la situación, de cada lugar a donde llegaban sin falta eran obligatorios. Escribanos y asesores le asistían en eso. Todo transcurría sin obstáculos.

Una noche, llegando a la bahía de Yong Hann, por consejo de sus asesores, se detuvieron a diez kilómetros, para recolectar agua, alimentos y otros enseres, antes de llegar al último pueblo. El príncipe aun contaba con diecisiete años, sin embargo, había adquirido ya suficiente experiencia para dirigir y ordenar a su comitiva por lo que todos obedecían sin dudar. No montaron el campamento formal, solamente pensaban pernoctar un par de noches. Cuando de pronto, el guardia vigía informó de movimiento en los muelles. Xie Lian, de inmediato tomó el catalejo y notó una flotilla de barcos que atracó, sin bandera de identificación. De ellos descendieron casi un millar de hombres, descargando cajas de madera, por su tamaño, consideraba un gran parque de armas, y portando en la cintura lo que parecían sables extranjeros. Xie Lian ordenó no encender fogatas, ni hacer ningún movimiento, hasta no saber de qué trataba todo eso. Envió dos escuadrones para investigar, mientras otros montaron guardia. Feng Xing y Mu Qing siempre a su lado en todo momento y protegiéndolo. De Pronto se vio a lo lejos un alboroto. Se escuchó el sonido de armas de fuego, algo que ellos todavía no tenían autorizado el uso. Xie Lian observando con el catalejo distinguió algo, que parecía como si fueran dos diferentes bandas en una trifulca. Algo se movía con gran agilidad. Un hombre vestido de rojo comandaba al segundo grupo, pero por la distancia no lograba identificar quién o qué era realmente.

UNA ESPOSA PARA EL PRÍNCIPEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora