Había una vez, en un vasto imperio, un Príncipe llamado Xie Lian, quien al nacer emitió una pequeña risa, tan dulce como el canto de los pájaros, tan alegre, como el río cuando corre en primavera, y tan fuerte como el golpe de las olas embravecidas rompiéndose contra las rocas en el inmenso mar azul. Ese pequeño mohín, se expandió hacia todas direcciones, alegrando los corazones en los tres reinos, haciendo brotar las flores, y muchos frutos coloridos, de exquisito sabor. Esto agradó tanto a los dioses que le fueron otorgados dones incontables. Desde una gran belleza, un corazón bondadoso, habilidades y destrezas sin igual, sabiduría infinita como si fuera una corona de flores a su cabeza. Un espíritu fuerte, una mano sanadora, y el verdadero don de producir abundancia a donde fuera.
Así, Su Alteza Real, El Príncipe Heredero, fue el más hermoso ser sobre toda la tierra. Lleno de sabiduría, un carisma y personalidad atrayente como un imán. Dominando las artes como la música, las letras, la pintura y la escultura, que fluían de sus alargadas, bellas y delicadas manos. Dominando las medicinas naturales, la sanación de las enfermedades del cuerpo y un espíritu de fortaleza para curar el alma, lo que se manifestaba en el toque de sus manos. En el manejo de la espada y las artes marciales era el mejor más rápido y hábil sin comparación ni competencia. Su manera serena, su carácter afable, una sonrisa genuina, la mirada encantadora lo hacían digno para regir, no solo en su territorio, sino en el mundo entero.
El Emperador y su esposa la Emperatriz, tardaron mucho en engendrar. El no tuvo otras concubinas, fue fiel a su matrimonio. Siendo un buen adorador de los dioses, construirles majestuosos templos, poner incienso en grandes cantidades, hacer sacrificios, para rogar por un heredero, la respuesta les llegó tardía, alcanzándolos en su edad madura, cuando sus ánimos ya estaban un tanto agotados. Esto hizo que sus ojos estuvieran puestos en su único hijo con más preocupación e intransigencia, considerándolo el principal tesoro de su gran nación, más que las piedras preciosas, oro, plata, minerales, que brotaban de estas tierras, más que cualquier recurso que tuviera su vasto imperio, incluso más que los granos y alimentos, que sustentaban a sus súbditos. Su hijo, fue tan amado y venerado casi vuelto una divinidad. Así, se excedieron en sus cuidados, poniendo sirvientes incontables, filas interminables de guardias por todos lados, tutores y maestros, privándolo muchas veces, del contacto con otras personas y haciéndolo un ser dependiente en algunos aspectos privados de su vida.
Debido a que el Príncipe era poseedor de una gran belleza, inigualable en todo el mundo, por orden del sacerdote principal que le fue dictado por los dioses mismos, fue prohibido que la gente común viera directamente el rostro del príncipe. Eso era un privilegio solo para los cielos en el templo, el sacerdote y sus ayudantes como guías espirituales. También para sus padres o sus allegados más cercanos como su nodriza, Y por último, sus dos guardias personales que, eran sus eternos acompañantes, hasta para dormir.
Fue así como, se decretó que, a partir de los cuatro años, su alteza Real, el Príncipe Xie Lian, fuera de su palacio, o del pabellón real, llevaría una pequeña máscara, para cubrir la mitad superior de su rostro, un velo para cubrir su cabellera y jamás sería visto su cuerpo o su piel, por lo que también debería usar guantes, además de llevar vestimenta siempre, fuera de sus aposentos. Todo este protocolo, al principio fue realizado como un juego mientras el niño se acostumbraba, pero con el tiempo aturdió el alma del pequeño príncipe, llegando muchas veces a detestar ser él, o verse en un espejo y tener ese rostro, negándose, hasta llegar a los golpes, para no usar el dichoso disfraz como él lo llamaba. La compañía de su pequeño amigo San Lang le ayudó a aceptar este proceso, con el argumentos que era por su bienestar y de sus súbditos, accedió a cumplir con su deber.
Y es que, no era para menos cuidar tanto a su alteza. Sobre un perfecto rostro ovalado, los ojos más encantadores brillaban como dos piedras ámbar al sol. Las pestañas oscuras y largas asentaban una mirada serena, de dulzura y gracia incalculables, capaces de derretir todos los corazones. De cejas altas, alargadas y elegantes, nariz delgada y pequeña, con la punta retando al cielo, dos filas de perlas en una dentadura perfecta, una boca jugosa y pequeña, del color de las perlas de coral, con una sonrisa llena de seductora ingenuidad. Una piel inmaculada, suave y brillante como el jade blanco, por demás hermosa, así como una cabellera extensa y abundante, lo que hacían que la mente se nublara y alcanzara la locura al verlo directamente. Sus asistentes personales, hombres y mujeres, desviaban la mirada, inclinaban la cabeza o esquivaban su mirada, muchas veces en confusión o en adoración, no sin antes sonrojarse al tenerlo tan cerca y convivir con él cotidianamente, sufriendo de un amor incontrolable por lo que muchas veces fueron reemplazados, sin que el causante, tan siquiera tuviera idea de eso. Y fue superando la niñez y adolescencia, llegando a su juventud, mientras estos rasgos se fueron marcando e intensificando en un físico increíblemente atractivo y seductor.
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UNA ESPOSA PARA EL PRÍNCIPE
RomanceÉrase una vez, en un vasto imperio, nació el Príncipe Xie Lian, tan amado por los dioses que, fue dotado con una gran belleza, múltiples dones y un corazón bondadoso. A sus trece años es enviado, como emisario de paz, a un viaje por todo el imperio...