¿DÓNDE ESTÁ HONG ER?

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¿DÓNDE ESTA HONG ER?

- Su alteezaa, su alteezaa... - los susurros de Wu Ming, que llegó a despertar a Xie Lian, como habían acordado, pero el príncipe no respondía. Lo movió levemente, tocando su hombro. – Buenos días Su Alteza, me pidió que lo despertara antes del amanecer. Es la hora.

- Humm... - Xie Lian, balbuceó una palabra ininteligible.

- ¿Desea que vuelva más tarde? – preguntó en un murmullo cerca del oído del príncipe para no molestar a los otros dos.

- No, está bien, dame un momento. – respondió con voz ronca.

Habían pasado toda la noche, ronda tras ronda haciendo el amor. Hua Cheng no perdonó a Xiao Ying y también estuvo con ella. Xie Lian no se quedó atrás y también tuvo una ronda más, con cada uno. Fue una velada intensa. Los tres estaban agotados. Pero el deber llamaba y tenía que despertar y levantarse.

Se estiró levemente, bostezando, tapándose la boca para no hacer mucho ruido, se sobó los ojos y se sentó despacio. Al bajar los pies de la cama Wu Ming le alcanzó unas sandalias y le ayudó a ponerse una bata de casa. Xie Lian se levantó y los dos salieron por la puerta hacia el jardín interior. Hacía frio afuera y cruzó los brazos sobre el pecho cubriéndose. Atravesaron el pasillo hacia los aposentos privados del príncipe. Todo estaba oscuro aún. No había nadie en los alrededores. La lampara que llevaba Wu Ming a penas alumbraba para ver los pasos.

Xie Lian caminaba tambaleándose, iba medio dormido. No se puso máscara, llevaba el cabello atado por el listón que le había colocado Hua Cheng. Al ingresar al baño, se vio en un espejo, se quitó toda la ropa y comenzó a verse con detenimiento girándose despacio. Tenía marcas rojas y moradas por todos lados y en algunas áreas de la piel entre sus muslos, en sus rodillas y sus codos, había pequeños raspones. Se sentía agotado, percibió dolor por todas partes, especialmente en sus caderas y dentro de su cuerpo en la parte baja. Imágenes desordenadas le rebotaban en la mente, sin embargo, esta vez, había felicidad en su corazón. El temor había desaparecido en gran medida. Una sonrisa leve se le escapó de sus labios y sus ojos brillaron con intensidad en aquella imagen que ya no le estaba pareciendo tan desagradable de ver.

Wu Ming le alcanzó agua tibia y le ayudó a hacerse un aseo rápido. Borrar por fuera los rastros del amor, no eliminaba los besos, las caricias, las palabras y sobre todo a la persona amada. Todo estaba allí y eso era lo más importante. Terminó de asearse con la ayuda de Wu Ming, que le pasño una toalla por todo el cuerpo para secarse y después le proporcionó otra bata limpia. Salieron del cuarto de baño y se trasladaron a la habitación privada. Xie Lian se percató que no hubiera nadie vigilándolos ni escuchando nada.

Toda el área estaba vacía. Exceptuando los guardias que hacían las rondas de vigilancia, por todo el pabellón, caminando por los pasillos, portando lámparas y sus respectivas armas.

- Y bien... qué es lo que tienes que decirme. - Preguntó Xie Lian sentándose en el borde de su cama tomando un té que le había preparado Wu Ming.

- Su alteza, pregúnteme qué es lo que quiere saber para yo responder. – dijo el asistente.

- En primer lugar ¿Cuándo llegó Hong Er al palacio? – pregunto el príncipe con expresión atenta.

- Su alteza, recuerdo que, el pequeño Hong Er, como así le decía su madre, nació dentro del palacio. La madre de Hong Er, dio a luz una hora después que su majestad la emperatriz.

- ¿O sea que somos de la misma edad?

- Sí su alteza. Son exactamente de la misma edad, día y año de nacimiento, con la diferencia de entre una y dos varitas de incienso más o menos.

UNA ESPOSA PARA EL PRÍNCIPEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora