EL NIÑO QUEDÓ ATRAS

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Xie Lian, no estaba acostumbrado a beber licor. Aunque, sí tomaba, una copita de vino en las comidas, una cidra caliente en las noches heladas, o alguna ayuda para desestresarse, durante su peregrinaje, pero era de vez en cuando.   Esto no significaba que tuviera resistencia. Todo lo contrario. Simplemente era un hombre algo inútil para eso. Algunas veces escandaloso, otras se volvían muy llorón, pero su peor faceta era cuando quería retar a todo el mundo con la espada, o demostrar quién era mejor en artes marciales. Algún recuerdo vergonzoso, cuando se cayó rodando entre el lodo, volvió el estómago, o pasó días de mal humor con dolor de cabeza por la goma. Pero su verdadero recuerdo humillante y amargo, fue cuando hizo el ridículo, yendo a molestar a las doncellas del servicio, levantándoles la falda, queriendo ver su escote o dándoles una palmada en el trasero. Esa fue, por decirlo de una manera, la razón por la que evitaba beber. No le gustaba sentirse tan vulnerable, o que lo vieran en estado de vergüenza y luego se rieran de él. Además, lo tenía prohibido para no perder sus dones de abundancia y sanación.

Esa noche, cuando ordenó al servicio que les llevara la cena, y organizó todo el entrenamiento con las doncellas concubinas de su pabellón, en su mente decidió que no se dejaría vencer por un estúpido efecto mal controlado. Simplemente pensó que, era cuestión mental. No iba oponer resistencia, iba a disfrutar estar ebrio y nada más. Así, aquella noche comió un poco más de lo habitual para hacer soporte y pues el vino que sirvió era un regalo de su madre que lo había enviado especialmente para su invitado especial.

Del vino pasaron a otras bebidas. Todo iba normal. Luego pasaron al saque y allí fue donde todo comenzó. El primer trago de baijiu que bebió, le quemó la garganta y lo hizo carraspear un poco. Todos lo vieron, esperando que cayera de un solo en el futón. Pero él no sintió ningún cambio y siguió. El segundo le fue directo a su cabeza, y de inmediato le hizo efecto, dejándolo demasiado blando en su voz y sus facciones. La mirada de todos indicaba que algo no andaba bien. El tercer trago ya lo tenía relajado de manera preocupante. Mostraba un exceso de alegría, demasiadas risas y sus piernas comenzaban a flaquear para sostenerlo.

Hua Cheng solo lo observaba, como esperando que no tuviera una mala reacción. La última semana antes de entrar a la capital imperial, había sido testigo, no de una, sino de varias reacciones no muy agradables, cuando Xie Lian para celebrar su regreso a y despedir su libertad, hizo varios intentos por beber y tener más resistencia, alcanzando niveles graves de locura. Una noche, se fue a meter al rio, completamente desnudo, gritando a todos que quería ser libre, que lo dejaran en paz, amenazando con la espada a sus guardias personales, que no se acercaran si no querían morir. Y solo reaccionó en sí, al verse metido entre el agua helada, en aquel paraje oscuro a altas horas de la noche. Y la vez más deplorable, cuando manifestó un verdadero episodio de depresión, comenzó a sentir miedo y paró llorando como un niño pequeño, que se calmó cuando fue arrullado entre los brazos de San Lang, como si fuera su nana. Sintió pena, pero no podía oponerse a lo que él quería, simplemente era Su Alteza Real, El Príncipe Heredero. Ni sus asesores, ni sus guardias personales lograban hacerlo cambiar de opinión. Cuando él decidía algo, así se hacían las cosas y punto. Sin discusión, solo acompañarlo. Y esta vez también fue así. Le tocó acompañarlo.

Xie Lian, parecía que disfrutaba de los juegos y no le puso reparo a los coqueteos e insinuaciones de las bellas, respondiendo con pequeñas caricias en sus mejillas o haciéndoles cosquillas en la cintura. Era extraño que él tuviera este comportamiento tan atrevido. Siempre guardaba su distancia hacia las mujeres. No era algo instintivo, sino más bien precavido. Precisamente por su sabido efecto en las personas tenía que evitar crear sentimientos equivocados. Pero esta vez estaba bastante abierto a ir más allá y se dejó mimar y acariciar.

Hua Cheng pensó al verlo así <Este era un nuevo efecto del licor en él. No tenía idea que se ponía, seductor o cariñoso> por decirlo de alguna manera.

UNA ESPOSA PARA EL PRÍNCIPEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora