UNA CARROZA REAL

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- ¿Su alteza...? buenos días... – susurraba Hua Cheng moviendo suavemente a Xie Lian, que estaba dormido en la bolsa de dormir, bajo la tienda de campaña improvisada que compartían los cuatro junto con los dos guardias reales. - ¿eh? No despierta.

- Hummm... - murmuraba el príncipe girándose hacia el lado contrario, negándose a despertar – aún no es hora Nana, déjame dormir otro poco.

- ¿hoo? - expresó con sorpresa Hua Cheng, sonriendo – je, je, je... no soy la Nana de su alteza.

- Feng Xing, deja de molestar. No quiero levantarme. – Estaba renuente a dejar la cama.

La noche anterior habían celebrado más allá de la media noche, lo que sería el último día fuera de casa, antes de entrar a la Capital Imperial, para regresar a casa, al Palacio. Todos estaban cansados y desvelados. Pero Hua Cheng seguía insistiendo, intentando no despertar a los otros. Había salido de su bolsa de dormir y estaba hincado a un lado del príncipe, susurrándole y empujándolo suavemente. Hasta que Xie Lian por fin, se giró, abrió los ojos

- ¿eh?... ¿San Lang? – preguntó, con voz pegajosa y curiosidad somnolienta.

- ¡Feliz Cumpleaños, Gege! – dijo Hua Cheng, muy quedito. Extendió las manos y le entregó a Xie Lian, una caja de madera del tamaño de un joyero, finamente tallada. Lotos y mariposas, riachuelos y pequeñas aves bañados en plata, le daban un toque exquisito, a una madera que era sin dudarlo preciosa. Con incrustaciones de jade blanco y plata, era un objeto refinado y por demás único. Por lo que, era evidente que no era algo barato, ni fácil de conseguir. Xie Lian se sentó, sobándose un poco los ojos. Se quedo quieto con el objeto en su regazo. Se sorprendió mucho por este gesto tan especial de parte de su amigo. Y pensó <San Lang... ¿tendrá dinero para comprar esto? Se ve muy fino.> Pero no dijo nada. Inmediato comenzó a girarlo, observando los detalles y tocando cada uno delicadamente.

- San Lang, esto es... - no sabía qué decir, solo acertaba a expresar con la mirada la sorpresa y un agradecimiento sincero. Su voz suave temblaba por la emoción.

- Ábrelo Gege. – Dijo Hua Cheng, y le entregó una pequeña llave plateada, que hacía juego con las filigranas de la caja. Xie Lian tomó la llave, la observó por un momento y luego, la introdujo en la cerradura. Giró con suavidad y se abrió la tapa. Era una caja que cabía en ambas manos, era un tanto pesada, estaba toda forrada por dentro, de terciopelo rojo, y allí delicadamente colocada, había una pequeña máscara casi como un antifaz, en filigrana de plata. Lotos, mariposas y pequeñas olas estaban perfectamente talladas y perforadas en el metal. Xie Lian siempre había usado las mascaras de porcelana que le entregaban sus asesores, ya fuera de parte de su madre o del sacerdote principal. Nunca pensó que aquello podría cambiar o ser de otra manera. Pero viendo esto, su mente se quedó incapaz de pensar algo más. La tomó con delicadeza, mirándola casi como con adoración, hipnotizado. Con mano temblorosa estiró los dos listones rojos que estaban perfectamente anudados en un moño, y que servían para sujetarla.

- San Lang esto es... demasiado hermoso. – su voz se quebró un poco. Era ridículo, pero quería llorar. Sintió un nudo en la garganta y ya no pudo decir más. Era como si esta pequeña alhaja, fuera el significado de un paso hacia la liberación. Como si un presagio le estuviera diciendo que ya poco faltaba para dejar de esconderse detrás de un disfraz.

- Es para que la uses hoy. – Le dijo Hua Cheng con suavidad. Se acercó un poco, tomó la máscara entre sus manos, desató el moño, estiró los dos listones y se la colocó, amarrando con delicadeza detrás de su cabeza. Hizo el ademán de levantarse, para buscar un espejo de mano, pero ya Hua Cheng se había adelantado y le entregó uno. Levantó el espejo y se vio así mismo. No era un gran espejo, al menos alejándolo un poco podía ver su rostro completo.

UNA ESPOSA PARA EL PRÍNCIPEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora