No One Like You [Guapoduo]

Mi razón eres tú

> Advertencia: Este capítulo contiene +18 <

Cellbit abrazaba y besaba a Roier con intensidad y pasión, sentía la urgencia de hacerlo suyo y ya no podía esperar más, lo tenía arrinconado sobre la entrada de su departamento, Roier hacia un intento por abrir la puerta, pero las caricias de Cellbit se lo impedían, el alfa tocaba todo su cuerpo poniendo más énfasis en acariciar sus muslos

-Es... Espera... Cellbit... hay que entrar primero - dijo Roier tratando de recuperar el aire que le había sido robado por los apasionados besos de Cellbit. El alfa rápidamente tomó las llaves de las manos de Roier y abrió la puerta, cargando al omega y dirigiéndose a la habitación, dejándolo de manera suave en la cama

-¡Espera! - gritó Roier cuando vio al alfa desnudarse en frente de él, se sentía muy nervioso y aún tenía miedo, pero estaba seguro de que sí quería hacerlo, solo necesitaba ir más lento - ¿Puedes voltearte y apagar la luz?

-Lo que tu quieras, guapito - dijo Cellbit guiñandole un ojo a su omega

Roier se quitó la ropa y se metió debajo de las sábanas cubriéndose completamente, no quería que el alfa viera su cuerpo, aún se sentía bastante inseguro en ese aspecto, tenía miedo de que Cellbit pudiera rechazarlo y la maldita foto que Natalan le había mostrado no lo ayudaba a dejar de lado sus inseguridades

-Ya... ya puedes voltear - dijo Roier, viendo como Cellbit le sonreía pasando la lengua por sus colmillos mientras se acercaba lentamente como un depredador cazando una presa. La luz de la calle entraba por la ventana iluminando el cuerpo desnudo del alfa, Roier lo veía fascinado, estaba acostumbrado a ver al alfa sin camisa, pero esta vez iba a poder tocarlo tanto como quisiera, su mirada viajó hasta los abdominales de Cellbit y cuando llegó un poco más abajo, Roier desvió la mirada completamente ruborizado, aún no estaba listo para ver a Cellbit así.

Cellbit tomó las sábanas para retirarlas, se moría de ganas por ver el cuerpo desnudo de Roier, quería besar cada rincón de la piel suave y bronceada que tenía delante, jaló las sábanas, pero estas no cedieron pues Roier aún las sostenía con mucha fuerza