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Roseanne

Hoy odio todo y a todos. El sol, los cachorros, las mariposas y el arcoíris. Todo eso se puede meter en una licuadora. 

Estoy lista para publicar un anuncio en Craigslist: Se vende útero. 

Lo único bueno de tener mi periodo es que sé que no estoy embarazada de Lisa. Jesús, sólo de pensar en la tormenta de mierda que se desataría me produce un escalofrío. 

Las cosas que me ha hecho y me ha obligado a hacer son algo que quiero olvidar, no algo sobre lo que quiera construir una vida y definitivamente, no algo en lo que quiera meter otra vida inocente. 

Incluso la gente del pasillo parece captar mi humor asesino, ya que nadie se cruza accidentalmente conmigo cuando vuelvo a mi habitación. Paso la tarjeta de acceso y empujo la puerta para abrirla, dispuesta a acurrucarme en la cama, cuando encuentro otra bolsa sobre el colchón. 

Esta vez la manipulo con menos cuidado, sabiendo que es de Lisa y confiando un poco más en ella. Al abrirla, encuentro en su interior un bote de mi champú favorito y otro de acondicionador. En el fondo, descubro un montón de barritas de granola e incluso algunas barritas de caramelo mezcladas entre ellas. 

Ni siquiera me sorprende que haya traído esto. Lo que sí me sorprende es la nota clavada en la parte superior de la bolsa. 

ESTA ES GRATIS. 

No te acostumbres-L. 

¿Gratis? Nada es gratis. Lo sé mejor que nadie. Mi cerebro me dice que no toque nada de esto pero mi estómago me dice que me coma todo lo que esté a la vista antes de que alguien me lo quite. 

Se me hace la boca agua sólo con mirar las chocolatinas y ya sé que de ninguna manera voy a devolver esto. Y menos hoy, de entre todos los días. Abro la botella de agua, saco un poco de Advil del cajón de la mesita de noche y me trago dos pastillas. Mientras dejo que me hagan efecto, me acurruco en la cama y desenvuelvo una de las barritas de chocolate y caramelo. 

El primer bocado es el mejor. Cierro los ojos y gimo cuando el chocolate llega a mis papilas gustativas. 

—Así de bien ¿eh?— 

Mis ojos se abren de golpe al darme cuenta de que hay alguien en la habitación. Me siento erguida y me agarro a la chocolatina como si fuera a usarla como arma. 

—Cálmate, asesina—Lisa se ríe, dejándose caer en la cama a mi lado como si fuera dueña del lugar—¿Qué hay en ese chocolate que te hace gemir así?— 

Mi corazón está aún acelerado por la sorpresa de que haya aparecido de la nada cuando me quita la barra de la mano y le da un mordisco. 

¡Ella le da un puto mordisco a mi barra de caramelo!

—¿Cuál es el problema? Sabe normal—Se encoge de hombros, inspeccionando la barra como si tratara de resolver un rompecabezas. 

No pienso. Simplemente actúo. 

—¡Serás imbécil!—le grito segundos antes de golpear con mi puño la parte superior de su brazo. Mi esperanza era hacerle daño, aunque fuera un poco. En lugar de eso, el dolor se dispara desde mis nudillos hasta el antebrazo—¡Ay!—grito, acunando mi mano. 

¿De qué demonios está hecho su brazo? ¿Acero fortificado? Las dos nos detenemos, mirándonos fijamente en estado de shock. 

—¿Me acabas de pegar?—pregunta como si no pudiera creer lo que ve. 

—¡Me has quitado el chocolate!—me defiendo. 

Sus cejas se juntan y su mirada rebota de mí al caramelo que tiene en la mano al Advil de mi mesita de noche. 

Snitches get stitches (Chaelisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora