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Lisa

Hubo un tiempo en que no podía entender el concepto de adicción. Sabía que existía. Sabía que arruinaba vidas y destrozaba familias. No se crece en mi mundo sin escuchar historias como esas. Familias ricas cuyos hijos no tenían nada mejor que hacer con su tiempo o su dinero que ingerirla o inyectarla. 

Y admito que me pregunto cómo pudieron dejar que las cosas se les fueran de las manos. Me pregunté por qué no podían simplemente alejarse de lo que se había apoderado de ellos ¿Por qué no podían recuperarse a sí mismos?

Ahora lo entiendo. Sólo que no son drogas o alcohol lo que mi sistema anhela. 

¿Cómo se supone que voy a existir acá, sabiendo que Roseanne está tan cerca y a la vez tan lejos? ¿Cómo se supone que voy a funcionar cuando todo lo que parezco hacer últimamente es hacer ejercicio en un vano intento de exorcizar mis demonios y pasear por mi habitación como in tigre enjaulado?

No hemos vuelto a hablar desde nuestro encuentro fuera de la biblioteca. La he visto, sí, la he observado haciendo su rutina. Sé que está a salvo. Sé que está tan bien como puede estarlo, considerando todas las cosas. Físicamente, está curada. 

¿Emocionalmente? Esa es otra historia. Puedo ofrecerle seguridad y protección, pero no puedo borrar lo ocurrido. Mi anhelo por cuerpo, su olor y su sabor es tan abrumador como la necesidad de consolarla. Estar con ella cuando está sufriendo y escucharla si necesita desahogarse. 

Aquí estoy, Lisa Manobal, contenta de escuchar a una chica desahogarse sobre sus sentimientos ¿Qué me ha hecho ella? 

Joder. Necesito escuchar su voz si no puedo verla o tocarla. Y sé que no puedo porque sería demasiado peligroso. Si me dijera lo contrario, no sería mejor que el adicto que se dice a sí mismo; una vez más. 

A veces, basta una vez más para que todo se derrumbe. 

El número de su nuevo teléfono está programado en el mío y lo llamo, con el cuerpo como una masa de músculos anudados. 

—Contesta—murmuro cuando suena tres, cuatro, cinco veces—¿Por qué no contestas?— 

De repente, me doy cuenta de que no lo coge porque no sabe que soy yo quien la llama. No tendría mi número guardado en sus contactos. Niego con mi cabeza ante mi estupidez mientras le envío un mensaje de texto. 

Yo: Es Lisa. Contesta. 

Esta vez, cuando llamo, ella responde. Sin embargo al principio no dice nada. 

—¿Estás ahí?—le pregunto. 

Exhala y el sonido me parece algo parecido a un suspiro de alivio. 

—¿Quién más podría ser? ¿Quién tendría este número?— 

—No lo sé—Deja escapar una risa temblorosa—Tienes razón. No tiene mucho sentido. Supongo que estoy nerviosa— 

Me quedo con la boca abierta y estoy a punto de preguntar por qué, pero se impone mi sentido común. Después de todo lo que ha pasado, tiene todo el derecho del mundo a estar nerviosa. Aun así, ya le he prometido seguridad ¿Por qué no es suficiente? 

No es fácil reprimir mi impulso de ira. 

—Recuerda lo que te dije. Estás a salvo. Me tienes a mí para protegerte. Cualquiera que piense que puede mirarte de forma equivocada tendrá que enfrentarse a mí— 

Está callada de nuevo, demasiado callada para mi gusto. 

—¿Roseanne?—le pregunto—¿Pasa algo? ¿Hay algo que deba saber?—

Snitches get stitches (Chaelisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora