Capítulo 1: Una Balada

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No podía soportar los bares. No era una exageración; realmente los detestaba. Aún más odiaba esos antros disfrazados de lugares de diversión que abundaban en mi ciudad. La odiosa melodía que sonaba —ni siquiera sabía cuál era, pero la encontraba irritante— comenzaba a incrustarse en mi cerebro. Lo peor era que, a pesar de no gustarme, sabía que me pasaría el día siguiente tarareándola como una tonta.

Puse los ojos en blanco discretamente, y digo discretamente porque mi buena y persistente amiga Roxy me vigilaba de vez en cuando para asegurarse de que seguía allí. Bueno, y también para asegurarse de que no había huido, claro. Ella bailaba con una sonrisa, rodeada de gente como si fuera una más. Pero yo sabía que, aunque lo intentara, no lograría lo mismo. No sabía integrarme. Se me daba fatal.

Supongo que mi expresión de desagrado tampoco ayudaba mucho a la parte de integrarse, la verdad. En serio, ¿por qué había aceptado ir a esa fiesta? Con lo bien que estaría en casa... Porque Roxy es insistente y le debía un favor. Ah, sí, por eso. Maldita Roxy y sus favores.

En realidad, no era una fiesta cualquiera; era una ocasión especial. El novio-amigo de Roxy, Alex Guint, había ganado algún premio de cocina y todo esto era para celebrar que había logrado ese reconocimiento. Bueno, la parte que realmente le interesaba a Roxy era que Alex también se había comprado una casa por aquí y, en un mes, empezaría a vivir cerca de ella. Es decir, que Roxy lo vería por primera vez en casi un año y podría seguir viéndolo prácticamente cada día. Aunque la parte que a mí me llamaba algo la atención era su queridísimo amigo, John Reynolds. Incluso su maldito nombre sonaba a personaje de película para adolescentes. O a crush de película para adolescentes.

Y ahí estaban, entrando por la puerta: Alex con sus dientes excesivamente blanqueados y su cabellera espesa y repeinada, que le daba un aire de suprema superioridad, y John, con su pelo negro y despeinado que me hacía querer sacudirlo. Me mordí el labio y me escabullí hacia la barra.

Grave error. A los pocos segundos, ahí estaban, acompañados por Roxy, que se encargaba de arrastrarlos hasta mí. Una breve presentación se hizo presente —como si yo no supiera ya quiénes eran— y, luego, Roxy y Alex comenzaron a enrollarse a pocos centímetros de nosotros. Por algún extraño motivo, lo único que salió de mi boca fue:

—Te ves mejor sin la coleta —en un acto impulsivo, se la quité. Su expresión extremadamente seria me hizo entender que ya había cometido un error. Al darme cuenta de lo que acababa de hacer, articulé un breve "nos vemos" y me largué de allí, tambaleándome hasta llegar al auto. No era la mejor a mis 18 años para ligar y nunca lo iba a ser, además de tener poco más que ofrecer que unas partituras viejas.

Tres años después

El sonido del piano inunda el lugar mientras los presentes conversan entre ellos, dejando mi interpretación como un fondo musical. No es ninguna novedad; para eso me contrataron, después de todo. Las horas pasan y pronto llega mi momento de retirarme del pequeño escenario en "Louisa's". Este bar de tapas me había ofrecido lo necesario para seguir estudiando historia del arte mientras me ganaba un sustento que me permitía pagar mi parte de la renta. Me había mudado hace unos dos años a Washington para estar cerca de mis padres, diciéndole adiós a la beca que tuve en Nueva York, dado que en aquel momento estaban bastante apretados financieramente. Por eso, tanto mi hermano como yo comenzamos a buscar trabajos de medio tiempo que nos permitieran ayudar y pagar el seguro médico de mi papá, que tanto nos estaba costando.

Me subí al auto y el trayecto fue ameno. Alguna canción de fondo llenaba el silencio que lo inundaba. Al llegar al apartamento, como era de esperar, Natalia ya estaba profundamente dormida. Conocía a Nat desde que tenía memoria y era el típico caso de amigas de la infancia que se separan para luego reencontrarse, con una amistad que se hacía más fuerte que cualquier otra cosa. Gracias a ella pude mantener todos mis pedazos juntos en los momentos difíciles, así que seguimos estando la una para la otra y, tan pronto las cuentas nos lo permitieron, decidimos compartir piso.

Bajo un Cielo de Tréboles y Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora