Capítulo 11: Rencor

49 40 2
                                    

Ambos nos encontrábamos recostados en la cama sin percatarnos, observándonos y demasiado cercanos el uno al otro. Aparté la mirada y la fijé en su pecho, que era lo que tenía justo delante de mí.

Sentí que mi garganta se resecaba cuando ascendió la mano por mi cintura, haciendo que mi piel se fuera calentando con su contacto, incluso con prendas de por medio. Cerré los ojos mientras trazaba su mandíbula con el dorso de mi mano.

Solo pude entornar los ojos y los labios. No creía nunca haber experimentado algo igual.

Tragué saliva ruidosamente cuando deslizó el dorso del dedo por mi cuello y por el centro de mi clavícula hasta detenerse al borde de mi blusa.

Pero en cuanto sus dedos tocaron mi piel, me quedé inmóvil.

—¿Beli? ¿Sucede algo?— preguntó preocupado.

—No creo poder ir más allá, no puedo continuar con esto.

La ansiedad comenzó a apretarme la garganta.

—No haremos absolutamente nada que no desees, Bel.

Me sentí vencida, me abrazó con fuerza y empecé a sollozar tan alto que mi pecho resonaba. No podía hablar, no podía explicar que no era su culpa. Que a su lado todo cambiaba, que si no hubiera sido por... No, no podía pronunciar su nombre. Ni siquiera pensar en él.

Pero una parte de mí, deseaba que se ahogara en la culpa. Deseaba que quedara consumido por ella y no pudiera salir de su propio pozo de desesperación, la desesperación de saber que había causado daño a alguien... algo tan serio... que nada podría repararlo. Nunca. La desesperación de saber que había destrozado una parte de alguien que jamás podría recuperar por su causa.

Deseaba que él también tuviera pesadillas cada noche, que recordara mi rostro cuando me golpeó y me presionó la pared para luego tirarme al colchón. Que recordara que recordará cada grito y cada lágrima que se escurrió por mi rostro, como me dejó moretones por todo el cuerpo por tratarme como si fuera un saco de boxeo en vez de una persona. Como quise tantas veces apartarme pero le fue muy fácil arrancarme la ropa interior y bajarse los pantalones.

Quería que sufriera, que supiera que todo era su responsabilidad, que gracias a él estaba rota. Me pisoteo y destrozo como si solo fuera un pedazo de basura. Ojalá la culpa le pesara tanto que se ahogara en ella, ojalá no pudiera volver a tocar a nadie. Ojalá la desesperación lo acompañara en cada segundo de su día.

Ojalá no me hubiera roto de esa forma.

Mis sollozos continuaron, incapaz de contener el torrente de emociones que me abrumaba. Aunque Doe me abrazaba con firmeza, sus brazos transmitían tanto amor que, a pesar de mi angustia, me sentía protegida, en un lugar seguro.

Los pensamientos seguían invadiendo mi mente una y otra vez, mis cuerdas vocales se adelantaron a la parte de mí que no quería revelar la verdad a Doe, el miedo de alejarlo y hacerlo partir. Y dije algo que, lamentablemente, había estado rondando en mi cabeza durante mucho tiempo, pero que nunca me había atrevido a expresar en voz alta, como si eso lo hiciera menos real.

—Soy una persona rota — murmuré, sintiendo cómo se formaba un nudo en mi garganta.

Doe pareció querer decir algo, pero lo interrumpí.
—He estado así durante años y seguiré estándolo el resto de mi vida. Mereces algo mejor que esto.

—No digas estupideces Bel — su voz sonaba segura y por una vez esa seguridad a mi no me llegaba.

—Estoy rota— repetí más para mí que para el.

—No, Bel, tú no estás rota. ¿Sabías que en Japón no existen vasijas rotas? Las arreglan con oro y se vuelven incluso más valiosas. No estás rota, Bel, estás reuniendo las piezas para volver a estar completa—.

Bajo un Cielo de Tréboles y Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora