Capítulo 31: El Tiempo

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Desperté con una sensación de pesadez envolviéndome, y un dolor punzante en mi abdomen. Al abrir los ojos, me encontré con la luz tenue del hospital y un techo blanco que no reconocía de inmediato. Todo parecía envuelto en una neblina.

Una maraña de tubos y cables conectados a mi cuerpo confirmó mis peores miedos: estaba en el hospital y como lo detestaba. Los sonidos monótonos de las máquinas a mi alrededor me anclaban a la realidad. Intenté moverme, pero el dolor me atravesó como una cuchilla, obligándome a quedarme quieta.

Grité un poco, girando la cabeza en busca de algo, de alguien que pudiera darme una señal de que no estaba sola en esto. Fue entonces cuando lo vi. Allí, en una cama junto a la mía, estaba Doe. Su rostro pálido y cansado, con ojos cerrados y una expresión de paz mezclada con agotamiento. Su mano sostenía la mía suavemente, como si incluso en su sueño, quisiera asegurarme que no estaba sola.

—Doe... —murmuré, mi voz apenas un susurro que me dolía en la garganta.

Sus ojos se abrieron lentamente, parpadeando al verme despierta. Una sonrisa suave se formó en sus labios, y sus ojos, aunque cansados, se llenaron de alivio.

—Bel, gracias a Dios —dijo, su voz débil pero llena de alivio—. Estás despierta.

Apreté su mano con la poca fuerza que tenía, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas.

—¿Qué... qué pasó? —pregunté, tratando de entender lo que me había llevado a este estado, sabía que había tenido un accidente pero que había sucedido después no tenía ni idea.

—Te hicieron una cirugía de emergencia —explicó, su voz marcada por el esfuerzo—. Tenías daños en el hígado y necesitabas un trasplante. Yo... fui tu donante.

Sus palabras me golpearon con fuerza. La realidad de su sacrificio se asentó en mi mente, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas.

—No tenías que... —intenté decir, pero la emoción me robó las palabras.

—Lo haría una y mil veces —me interrumpió con suavidad—. No podía soportar la idea de perderte. Estoy bien, de verdad. Lo importante es que tú también lo estés.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y mi madre entró. Al verme despierta, su rostro se iluminó con una mezcla de alivio y felicidad. Se apresuró a mi lado, acariciando mi cabello con ternura.

—Mi niña, estás despierta —dijo, su voz quebrada por la emoción—. Estábamos preocupados.

—Mamá... papá... —intenté levantar la mano hacia ellos, pero el dolor lo hizo imposible. Ellos se acercaron, mi padre poniendo una mano en el hombro de mi madre, y ambos me miraron con lágrimas en los ojos.

—Estás a salvo ahora —dijo mi padre con voz firme— Es muchachón se ha portado como debía serlo, estoy orgullosa de que lo hayas elegido. Todo va a estar bien.

Giré mi cabeza hacia Doe, encontrando su mirada. Una corriente de amor y gratitud fluyó entre nosotros, tangible y fuerte. Apretó mi mano con suavidad, un gesto pequeño pero lleno de significado.

—Te amo —susurré, con la voz quebrada por el llanto a pesar que cada vez que respiraba, parecía que un boxeador me golpeaba las costillas.

—Y yo a ti, Bel —respondió, su voz apenas audible pero cargada de emoción—. Siempre estaré aquí para ti.

Las lágrimas seguían fluyendo, pero a pesar del dolor, sentí una calma profunda. Con mi familia y Doe a mi lado, sabía que podría enfrentar cualquier cosa. Sus miradas llenas de amor y determinación me daban la fuerza que necesitaba para superar cualquier tormenta y huracán que viniera.

Bajo un Cielo de Tréboles y Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora