Capítulo 30: Parte de mi en ti

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Doe:

Había llegado hacía unas horas a Washington, la ciudad irradiaba ese aire abultado de siempre, un ajetreo familiar que ahora me parecía acogedor después de tanto tiempo. Tras conseguir una renta para mis padres, que llegarían pronto, mi mente estaba llena de planes. Finalmente podría verla. Había hablado con sus padres para que la convencieran de cenar con ellos. Eso me daría tiempo de llegar y ducharme.

Al entrar en la casa, Curro no paraba de maullar de forma eufórica, su cola erguida era una señal clara de su excitación. Me agaché para acariciarlo y él se restregó contra mis piernas, como si quisiera cerciorarse de que realmente estaba allí. Balto, en cambio, tardó unos minutos en reconocerme. Me miró con cierta desconfianza, su hocico olfateando el aire, hasta que, de repente, algo en su memoria hizo clic. Su cola comenzó a moverse frenéticamente de lado a lado, y en un instante, el enorme perro ya estaba a mis pies, pidiendo caricias y moviendo su cuerpo con una alegría incontrolable.

Todo seguía prácticamente igual en el apartamento, aunque cada rincón parecía tener algo nuevo que contarme sobre su vida durante mi ausencia. Las fotografías enmarcadas en la estantería, los libros que no reconocía en la mesa de café, incluso el aroma que flotaba en el aire, una mezcla de su perfume y algo más, más cálido, más acogedor.

El lugar me daba esa calidez que tanto extrañaba. "Ella".

Sus plantas estaban más grandes, el sillón de la sala tenía un par de mantas nuevas, y la cocina estaba impecable, pero llena de pequeños detalles que no recordaba. No pude evitar sonreír. Ella siempre sabía cómo hacer de un espacio algo más que una simple vivienda. Era su hogar, y me alegraba ver que lo había mantenido vivo y lleno de su esencia.

Curro seguía frotándose contra mis piernas, y Balto, con su entusiasmo canino, casi me derribó un par de veces con sus saltos. Me dejé caer en el sofá por un momento, acariciando a Balto, mientras Curro saltaba a mi regazo. Cerré los ojos y respiré hondo, disfrutando de la paz momentánea antes de la tormenta de emociones que sabía que llegaría al verla.

Tenía tantas ganas de abrazarla, de decirle cuánto la había extrañado. Y ahora que estaba aquí, tan cerca de ella, el peso de los últimos meses parecía desvanecerse un poco. Miré alrededor, reconociendo cada detalle, sintiendo la vida que había en cada rincón, y supe que este era el lugar al que siempre quería regresar.

Las horas pasaban, y Bel, que se suponía ya debería haber llegado, no aparecía. Había llamado a mi suegra hace aproximadamente una hora y para este momento ya debería estar aquí. Mis manos comenzaron a sudar; una inquietud creciente me recorría.

El teléfono sonando me sacó de mis pensamientos. Un número desconocido apareció en la pantalla. Vacilé por un momento, preguntándome si debía contestar, pero finalmente descolgué la llamada.

—¿Es usted pariente de Elizabeth Bel Howard?

—Sí, ¿quién habla? —sentí un escalofrío recorrerme, el estómago se me helaba.

—Le hablamos del George Washington University Hospital. Elizabeth tuvo un accidente y está próxima a entrar a quirófano.

El mundo pareció detenerse por un momento. La habitación que antes me resultaba tan familiar se volvió ajena y distante, como si la realidad se hubiera fracturado en pedazos afilados a mi alrededor. La voz al otro lado del teléfono continuaba hablando, pero las palabras se desvanecían, se mezclaban en un ruido indistinto.

—¿Está... está bien? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro tembloroso.

—Ha sufrido lesiones serias y los médicos están haciendo todo lo posible. Necesitamos que venga lo antes posible.

Bajo un Cielo de Tréboles y Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora