Parte /69/ Los deberes de la iglesia

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Nosotros por estar en el colegio de monjas, y el colegio ser propiedad del clero, teníamos obligaciones para la iglesia.

Todos los viernes primeros del mes, teníamos que ir a misa de la Divina Providencia, para que nunca faltara el pan en casa,

Un día antes íbamos a la iglesia a confesarnos pues era obligatorio comulgar, salíamos del colegio por grupos, íbamos de dos en dos tomadas de la mano una fila muy derechita, la iglesia queda prácticamente al cruzar la calle.

Llegábamos y nos formábamos hasta que llegaba nuestro turno de confesar los pecados, era rápido pues que pecados puede confesar una niña, acúseme padre que no obedezco a mi mamá, acúseme padre que le pegue a mi hermano, acúseme padre que cuando me regaño mi mamá cuando no me vio le saque la lengua, acúseme padre que me quede viendo a unos perros haciendo malditurias, como se han de divertir los sacerdotes escuchando las confesiones de los niños.

Cuando terminábamos de confesarnos el padre nos daba la penitencia, vas a rezar cinco padres nuestros y cinco aves marías y prométele a dios que ya no lo vas a volver hacer, si padre, nos dirigíamos al reclinatorio y con mucho fervor rezábamos la penitencia y nos sentábamos en la banca a esperar que todas las niñas terminaran de confesar sus pecados, por último se confesaba la maestra y así como llegábamos nos regresábamos a la escuela.

Al siguiente día nos llevaban a la misa, con el mismo procedimiento del día anterior. En el colegio no nos enseñarían algunas materias pero lo referente a la iglesia no se les escapaba nada, así que por orden del señor cura nos enseñaron a contestar la misa en latín, todavía no se decía la misa en español.

Nos dieron un librito rojo y allí venían todas las respuestas, ¿Que decíamos? sabrá Dios, pero siempre contestábamos correctamente bajo la severa mirada de la madre superiora y las maestras, nos aburríamos tremendamente pues las misas eran largas, largas, y cuando el Sacerdote se subía al pulpito, nos leía el sermón, igual de largo, quedábamos dormidas, pero nos despertaba el padre con sus gritos porque siempre el sermón terminaba en regaños y en amenazas de que si no hacíamos lo que las escrituras decían nos íbamos a ir derechito al infierno.

Un grupito de niñas que siempre nos sentábamos en la misma banca ideamos algo para que la misa no fuera tan aburrida, y en unas partes donde teníamos que contestar, Ad Deán Cui lupi te caten yubi tótem mead, ni idea de lo que quiere decir, nosotros alzábamos la vos y decíamos

AD DEAN CUI LUPI TE CATEN YUBI TOTEN MEAN, y nos veíamos y conteníamos la risa hasta que una maestra se fijó y nos dijo no niñas no es mean es mead, y nosotros con caras de inocente contestábamos haaaaaaaaa, llegaba el acto más solemne cuando el padre eleva la hostia, todas hincadas con la cabeza entre las manos conteníamos el aliento, porque nos decían que en ese momento podíamos hablar con Dios, pero mi mente quedaba en blanco y nunca hablé con Dios.

Enseguida nos formábamos para recibir la comunión, y mientras comulgábamos, sonaba el órgano y el maestro pancho, que era el que lo tocaba, con su potente voz empezaba a cantar.

Vamos niños al sagrario que Jesús llorando está, pero viendo tantos niños que contento se pondrá, y nosotros contestábamos.

No llores Jesús no llores que nos vas hacer llorar que los niños de este pueblo te queremos consolar, era tan triste el tono que si acabamos llorando.

 Inmediatamente mi mente empezaba a pensar ¿Por qué está triste Jesús, acaso no le dieron dinero para gastar, o él quiere salir a jugar y José lo tiene trabajando, o a la mera lo pelearon sus amiguitos y no se quieren juntar con él, eran muchas preguntas sin una respuesta.

Por último decía el padre Ora prono vis, y enseguida daba la bendición que nosotras hincadas recibíamos y ordenadamente salíamos del templo, al salir al atrio por fin podíamos respirar agusto reírnos jugar, siempre se me hizo un suplicio ir a misa.

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Pasajes de mi infanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora