Mile Icarus Mcillioch había nacido en un clan de guerreros de fuerza sobrenatural,
pero abandonó su nombre y su castillo de las Highlands decidido a escapar del
sombrío destino de sus antepasados. Ocultando su identidad al implacable clan
rival que...
-¡Quinn! Es inaudito que quieras desacreditar a mis pretendientes. ¡Cielo santo!
Esta mañana Ramsay ha pasado un cuarto de hora intentando desprestigiarte a ti y a Krimm. ¿Qué os pasa a todos?
Él se puso tenso..
-No estoy tratando de desacreditar a tus pretendientes. Te estoy diciendo la verdad. Logan necesita oro. Su clan está pasando penurias, y ya hace años de esto. Últimamente apenas han logrado conservar sus tierras. En el pasado, los Logan se ofrecían como mercenarios para conseguir dinero, pero en los últimos años ha habido tan pocas guerras que ya no hay trabajo para ellos. La tierra requiere dinero, y dinero es algo que los Logan nunca han tenido. Tú eres la respuesta a todas sus oraciones. Disculpa mis palabras quizá demasiado toscas, pero si Logan consigue cazar al rico novio St. Clair, su clan lo proclamará su salvador. El joven se mordió el labio, pensativo.
-¿Y tú, Quinn de Moncreiffe? ¿Por qué quieres casarte conmigo?
-Porque te tengo un gran cariño, muchacho -respondió sin más.
-Quizá debería preguntar a krimm sobre ti.
Quinn cerró los ojos y emitió un suspiro.
-¿Qué tiene de malo krimm como candidato? -preguntó el, resuelta a ponerlo todo en claro.
La mirada de Quinn era compasiva.
-No quiero ser cruel, pero él jamás se casará contigo. Todo el mundo sabe que Krimm Roderick ha jurado no casarse nunca.
Jillian no dejó que Quinn viera cómo le afectaban esas palabras. Se mordió el labio para impedir que se le escapara alguna imprudencia. Casi había reunido el valor necesario para preguntarle por qué y si krimm había dicho algo así recientemente cuando el castillo se vio sacudido por una tremenda explosión.
Las ventanas temblaron en sus marcos y el castillo entero se estremeció. Jillian y
Quinn se levantaron de un brinco.
-¿Qué ha sido eso? -dijo el con voz entrecortada. Él se precipitó hacia la ventana y miró.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Los establos están ardiendo!
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Natt St Clair corrió hacia el patio tras Quinn, gritando el nombre de krimm una y otra
vez, ajeno a los ojos curiosos de los trabajadores del castillo y a las miradas perplejas de Kaley y Hatchard. La explosión había despertado a todos. Hatchard se encontraba en el patio dando órdenes a gritos, organizando la acción contra las hostiles llamas que devoraban los establos y se desplazaban hacia el este con peligro para el castillo.
El tiempo otoñal había sido lo bastante seco para que el fuego enseguida ardiera furiosa y descontroladamente, engullendo dependencias y cosechas. Si las llamas llegaban a alcanzarlo, el abarrotado pueblo de chozas de adobe y cañas se prendería como hierba seca. Unas chispas sueltas transportadas por la brisa podían destruir el valle entero. Natt St Clair intentó contener el pánico; tenía que encontrar a krimm.
