Capitulo ⚔️54

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Pero él no vino.

El día de la boda amaneció nuboso y frío. De madrugada empezó a caer aguanieve, que cubrió la chamuscada hierba con una capa de crujiente hielo negro.

Nattawin Jillian estaba en la cama, oyendo los sonidos de los preparativos para el banquete de la boda. El estómago le crujió por culpa de los aromas de faisanes y jamones
asándose. Era un festín para reavivar a los muertos; y funcionaba. Se levantó dando traspiés y avanzó a tientas hasta el espejo por la habitación débilmente iluminada.
Observó su reflejo. Donde los pómulos alcanzaban los inclinados ojos oscuros, unas sombras oscuras estropeaban su piel delicada.

Faltaban menos de seis horas para su boda con Quinn de Moncreiffe. Oía claramente el murmullo de voces; la mitad del condado estaba allí ya desde el día anterior. Habían sido invitadas cuatrocientas personas y se habían presentado quinientas, atestando el enorme castillo y repartiéndose en alojamientos menos
acogedores del pueblo cercano.

Quinientas personas, más de las que habría en su funeral, andando por la helada hierba negra.
Nattawin Jillian cerró los ojos con fuerza y se negó a llorar, convencido de que si consentía en derramar otra lágrima, sería de sangre.

A las once, Elizabeth St. Clair se secaba graciosamente las lágrimas con un primoroso pañuelo.

—Estás precioso Nattawin Jillian —dijo con un sentido suspiro—. Incluso más de lo que lo estaba yo.
—Mamá, ¿no crees que las bolsas bajo los ojos deslucen un poco? —repuso Natt St Clair con tono mordaz—. ¿Y qué hay de la mueca permanente en mi boca? Camino
encorvada y tengo la nariz roja como un tomate de tanto llorar. Me parece que alguien podría considerar mi aspecto un tanto sospechoso.

Elizabeth se sorbió la nariz, colocó un tocado sobre el pelo de Nattawin Jillian y tiró de una fina gasa de un azul transparente hasta tapar el rostro de su hijo. El estaba todo de azul..

—Tu padre piensa en todo —dijo encogiéndose de hombros.

—¿Un velo? Por favor, mamá, soy un Doncel se que paresco femenino  pero Hoy día ya nadie lleva velo.

—Piensa que estás implantando una nueva moda. A finales de año todo el mundo volverá a llevarlo —soltó Elizabeth con un gorjeo.

—Pero ¿cómo puede hacerme esto, mamá? Sabiendo el tipo de amor que los dos compartís, ¿cómo justifica que yo me vea condenado a un matrimonio sin amor?

—Quinn te ama, así que no es sin amor.

—Por mi parte sí.

Elizabeth se sentó en el borde de la cama. Examinó el suelo un momento y luego miró a su hija.

—A ti sí te importa —dijo Nattawin Jillian, algo apaciguado por la compasión que había en
la mirada de Elizabeth.

—Pues claro que me importa. Soy tu madre. —Elizabeth la observó pensativa —Cariño, no te preocupes, tu padre tiene un plan. Yo no pensaba decírtelo, pero él no
quiere que esto llegue al final. Cree que krimm aparecerá. Nattawin Jillian soltó un bufido.

—Y yo también, mamá. Pero faltan diez minutos y ni rastro de ese hombre. ¿Qué va a hacer papá? ¿Interrumpir la ceremonia si krimm no se presenta? ¿Ante quinientos invitados?

—Sabes que a tu padre nunca le ha importado dar el espectáculo… o que lo dé otro, si vamos a eso. En mi boda me raptó. Creo que está deseando que te pase lo
mismo.

Jillian esbozó una sonrisa. La historia del «cortejo» de su padre a su madre lo había cautivado desde niño. Su padre era un hombre que podría dar lecciones a Krimm.
Krimm Roderick no debería estar luchando por el consigo mismo sino con el mundo entero. Inspiró hondo, esperando contra todo pronóstico, imaginando una
escena así con el como protagonista.

—Estamos aquí reunidos, en compañía de la familia, amigos y gente de bien para unir a este hombre y a este Doncel en el vínculo sagrado e inquebrantable…
Nattawin Jillian sopló furioso contra el velo. Aunque lo apartó un poco, la visión no era clara. El predicador era ligeramente azul, Quinn era ligeramente azul. Irritado,
lo apartó del todo. En el día de su boda no había color rosa en ninguna parte. De todos modos, ¿por qué iba a haberlo? Al otro lado de las altas ventanas, caía aguanieve en cortinas vagamente azules.

Miró de soslayo a Quinn, de pie a su lado. Los ojos de
Nattawin Jillian llegaban a la altura del pecho de él. Pese a lo desesperado que estaba, admitió que era un hombre
magnífico. Regiamente vestido con un tartán de gala, había recogido su cabello atrás dejando despejado el cincelado rostro. La mayoría de las mujeres se sentiría
emocionada si se hallara en su lugar, jurando amor eterno a Quinn, acompañándole como señora de sus tierras, dándole hermosos hijos rubios viviendo espléndidamente el resto de sus días. Pero era el hombre equivocado.
«Él vendrá por mí, vendrá por mí, sé que lo hará», se repetía en silencio como si fuera una especie de conjuro mágico que pudiera tejer con las fibras de la pura repetición.

Mientras pasaba corriendo, krimm arrancó del muro de una iglesia otro papel con las amonestaciones. Lo arrugó y lo metió a la fuerza en un zurrón que rebosaba de
bolas de pergamino. Se encontraba en Tummas, un pequeño pueblo de las Highlands, cuando había visto el primero, clavado en la pared de un desvencijado cobertizo. Anunos veinte pasos vio el segundo, y luego el tercero, el cuarto…
Nattawin Jillian St. Clair se casaba con Quinn de Moncreiffe. Maldijo con furia. ¿Cuánto
tiempo había esperado el? ¿Dos días? Aquella noche krimm no durmió, consumido por una rabia que amenazaba con liberar al berserker aunque no hubiera por medio derramamiento de sangre.

La cólera sólo se había intensificado, torturándolo a lomos de Occam, enviándolona trazar círculos por las Highlands. Había cabalgado hasta el límite de Caithness, dado
la vuelta y regresado, arrancando todas las amonestaciones que encontraba, pasando de las Lowlands a las Highlands como una bestia enloquecida. Después había vuelto sobre sus pasos, impulsado hacia Caithness por una fuerza que escapaba a su comprensión, una fuerza que le llegaba hasta los tuétanos. Se echó las trenzas atrás y soltó un gruñido. En el bosque cercano, un lobo respondió con un aullido lúgubre.
La noche anterior había tenido otra vez el sueño. El sueño en que Jillian lo veía transformarse en un berserker, en que el le colocaba en el pecho su mano y lo miraba a los ojos y se comunicaban… Nattawin Jillian y la bestia. En su sueño, krimm se daba cuenta de que la bestia amaba a Nattawin Jillian st clair tan profundamente como el hombre, y era igualmente incapaz de hacerle daño.
A la luz del día, ya no tenía miedo de lastimar a
Nattawin Jillian, ni siquiera con la amenaza de la locura de su padre. Se conocía a sí mismo lo suficiente para saber que no le causaría daño ni siquiera en los peores trances de las acciones del berserker.

Pero en el sueño, mientras  Nattawin Jillian buscaba en los ojos ardientes y terribles de Krimm, el miedo y la repugnancia marcaban los preciosos rasgos de el Jillian
extendía la mano para detenerlo, suplicándole que se marchara todo lo lejos que Occam pudiera llevarle...

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