Capítulo 26

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La luz del atardecer se filtraba por la puerta entreabierta, iluminando su silueta con un halo dorado. Sus ojos llenos de determinación y amor, se encontraron con los míos, y en ese instante, sentí que el mundo entero volvía a girar. Todo el miedo y la angustia se desvanecieron como la niebla al amanecer.

Tomás, camino hacia mí, y cada uno de sus pasos resonaba como un eco de esperanza en mi alma. Me quedé inmóvil, incapaz de creer que podía encontrar este lugar, y verlo vivo después de pensar que probablemente estaría muerto, me llenó de felicidad. Mi corazón latía desbocado, pero al mismo tiempo, una paz profunda se instaló en mi ser.

Cuando finalmente nos encontramos, él me tomó en sus brazos con una suavidad que contrastaba con la fuerza de su presencia. Sus manos, cálidas y seguras, acariciaron mi rostro, y en ese toque sentí todo el amor que había sostenido mi esperanza. Sus labios susurraron mi nombre con una dulzura infinita, y en ese susurro hallé la promesa de que nunca más estaríamos separados.

Mis lágrimas, que antes eran de desesperación, se convirtieron en lágrimas de alivio y alegría.

Él me sostuvo en sus brazos un momento más, luego se separó un poco para mirarme a los ojos, sus dedos todavía acariciando mi rostro. Sus ojos reflejaban un amor profundo y una preocupación que me conmovieron hasta lo más hondo.

— ¿Estás bien? —dijo suavemente, su voz temblando un poco.

Asentí.

—Creí que no te volvería a ver —respondí, intentando contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse nuevamente—. Pero aquí estas, nuevamente juntos.

Sus labios se curvaron en una sonrisa tierna, y me abrazó con más fuerza.

—Ya no tengo la menor duda de que nuestros corazones están destinados.

—Siempre —digo para después abrazarlo nuevamente.

—Hay algo que debes saber —empezó, su voz llena de preocupación y sinceridad—. Sobre Darío...

Sentí un escalofrió recorrer mi espalda, y recordé sus últimas palabras antes de dejarme en este lugar.

— ¿Qué pasa con él? —pregunté, intentando mantener mi voz firme.

—Fue él quien me dijo dónde encontrarte... y fue él quien me salvo la vida —confesó, sus ojos buscando los míos—. Al final decidió ayudarme.

—Hizo lo correcto al final —murmuré.

—No estoy seguro de sus motivos exactos —continua—. Pero parecía... arrepentido. Me dijo que no podía permitirse hacer más daño, que trataría de hacer lo correcto esta vez. Me dio las indicaciones para llegar aquí y me pidió que te pusiera a salvo. Pero después...

TOMÁS.

Horas antes.

La oscuridad de la noche era impenetrable, salvo por el tenue resplandor de una farola parpadeante. Sentí la presión de la soga en mis muñecas, atado a una silla en el centro de un sucio sótano. La humedad y el moho llenaban el aire, y mi respiración se volvía cada vez más pesada.

De repente la puerta chirrió al abrirse y el sonido de unos zapatos resonó en el piso de concreto. Levanté la cabeza con esfuerzo, y allí estaba él, el hombre cuya mirada era penetrante. Su silueta se recortaba contra la escasa luz, pero su rostro estaba claramente visible, una máscara de odio.

—Hola, Tomás —su voz era baja y llena de veneno—. Al fin tengo nuevamente frente a frente al chico que pensó que podía jugar con mi hija y salir impune.

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