Capítulo 16

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TOMÁS.

Unos meses atrás.

Cada golpe resonaba como un eco de dolor en mi cuerpo maltratado, una sinfonía de sufrimiento que marcaba el compás despiadado de una realidad que se desmoronaba. La oscuridad que me rodeaba parecía absorber la esperanza, mientras mi mente se convertía en un remolino de agonía y confusión.

Darío, lleno de ira incontrolada, descargaba su furia sobre mí sin piedad. Cada puño era una ola de tortura que rompía contra mi piel, pero mi mente enclavada en una resistencia desesperada, encontraba refugio en el pensamiento de ella... Isabella.

En medio del caos de golpes y gritos, solo podía visualizar su rostro, la mujer que amaba con una intensidad que ni el dolor físico ni el miedo podían desvanecer. Su imagen, como una llama en la penumbra, era mi ancla en aquel torbellino de violencia desmedida.

—¿Pensaste que podías robar información sin consecuencias? —su voz, un eco siniestro, resonó en aquel pequeño lugar oscuro donde me encontraba ahora.

Levanto la mirada, tratando de poder verlo a los ojos, pero mi vista se encontraba borrosa por los golpes y la sangre que caía en mi rostro, no podía verme a un espejo, pero podía sentir mi rostro hinchado por los golpes recibidos.

—No eres más que un cobarde, descargando tu ira contra mí. Pero te diré algo, cada golpe fortalece mi determinación —hablo con firmeza.

—¿Determinación? ¿A caso piensas que eso te salvará? —responde con sarcasmo.

—No, pero te diré qué salvará lo que queda de mí: el amor y la resistencia contra la brutalidad que representas.

—¿Amor? —ríe— ¡Patético! La gente como tú merece aprender a la mala.

—¿Qué harás conmigo? Si piensas matarme será mejor que lo hagas de una buena vez.

—Te dejaré aquí por el momento, esperando tu destino. Tal vez así aprendas a no meterte en asuntos que no te conciernen.

—Puedes encerrarme, pero en algún momento tú pagarás todo lo que has hecho, y yo haré que pagues todo.

—Pronto olvidarás hasta el sonido de tu propia voz. Nadie sabrá que existes.

La oscuridad de aquel lugar se volvía densa. Me encontraba acurrucado en un rincón. Los minutos parecían horas mientras la incertidumbre crecía en mi mente.

¿Será este mi final?. Me preguntaba. Pero el silencio respondía con una frialdad que perforaba el alma. Sin saber si el sol volvería a tocar mi piel, la duda y la angustia tejían una red enredada en mi destino.

—Parece que te has adaptado en tu pequeño rincón oscuro —dice Darío acercándose al otro lado de la reja donde me encontraba encerrado.

—No me harás perder la dignidad, por mucho que me encierres —respondo con determinación.

—Veremos cuánto te dura esa dignidad cuando te enfrentes al jefe.

Al cabo de unos segundos entra Rafael y Emily, al verme, sus rostros reflejan seriedad. Emily se acerca a las rejas, me ve por unos segundos y sus ojos se abren al ver mi rostro lleno de moretones y sangre.

—¿Por qué lo hiciste, Tom? Confiaba en ti —sus ojos ahora reflejaban enojo, decepción.

—Lo que ustedes hacen es retorcido. No pueden jugar así con la justicia, han torcido la justicia a su favor, y deben pagar por todo el mal que han hecho.

—La justicia es subjetiva, joven. Nosotros decidimos lo que es justo —habla Rafael con frialdad.

Rafael llama a uno de sus guardaespaldas y éste se acerca rápidamente con una jeringa en su mano y se la pasa a Darío quien al instante la toma, sus ojos me ven fríamente, y con una sonrisa maliciosa entra a la habitación.

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