Capítulo 25

97 28 80
                                    

Me quedé paralizada al ver a Darío frente a mí. Mi corazón latía con fuerza, y un escalofrió recorrió mi espalda.

Vi la sonrisa retorcida en su rostro mientras se acercaba y supe que estaba en peligro. El miedo se apoderó de mí, paralizando mis movimientos. Me sentí atrapada, vulnerable ante él. Con cada paso que daba hacia mí, yo iba retrocediendo, su presencia se volvía más abrumadora. Mis manos temblaban. En ese momento entendí la verdadera naturaleza del monstruo que tenía delante. Un villano despiadado capaz de causar un daño irreparable, haciéndole daño a Tomás y a muchas personas más, víctimas de su crueldad. Y aunque el miedo seguía latente en mi interior, también brotaba una chispa de coraje.

—Eres tú…

Fue lo único que pude pronunciar. Ya que el miedo me invadió y sabía que la presencia de Darío en este lugar no era nada bueno.

—Aunque no lo creas, te he echado de menos —dice, mientras continúa acercándose a mí.

—No deberías estar aquí. Vete por favor —imploro mientras continúo retrocediendo. Echo una ojeada a mi alrededor, intentando buscar ayuda, pero las personas que se encontraban en aquel lugar ignoraban lo que estaba pasando.

—Eso no se va a poder, ojos bonitos —continúa—. Vas a venir conmigo, quieras o no. Espero que no me hagas usar la fuerza, no quisiera hacerte daño —amenaza.

No podía enfrentarme a Darío estando sola. Así que no tuve alternativa y lo seguí hasta un auto negro con vidrios oscuros. A continuación, me subió, comenzó a atar mis manos con nudos fuertes. Me quejo y comienzo a forcejear, pero no consigo nada.

Llegamos a una casa abandonada. El aire estaba cargado de tensión, y cada paso que dábamos parecía resonar en el ambiente ominoso que nos rodeaba. La casa se erguía ante nosotros como un monumento a la desolación, sus paredes agrietadas y cubiertas de musgo, sus ventanas rotas y sus puertas balanceándose con el más mínimo susurro del viento.

El sol apenas lograba filtrarse entre las nubes grises, arrojando sombras retorcidas sobre el terreno baldío que rodeaba la casa. El lugar estaba envuelto en un aura de abandono y desesperanza, como si el tiempo mismo hubiera olvidado este rincón del mundo. El crujido de nuestros pasos resonaba en el interior vacío de la casa cuando finalmente cruzamos el umbral. El interior era aún más desolador que el exterior. El polvo cubría cada superficie, y el olor a humedad y moho se aferraba al aire. Las paredes estaban manchadas y descascaradas, y las tablas del suelo crujían bajo nuestros pies con cada paso que dábamos.

Darío me sienta en una silla, mientras él se encontraba de piel, sus ojos penetrantes y fríos me observaban con determinación.

—Isabella, Isabella, sabía que te encontraría –habla rompiendo el silencio con una sonrisa sínica.

—Eres un desgraciado —le digo con cierto odio en mi mirada.

—No quiero que me odies, Isabella… tú no.

—Pues has hecho muchos méritos para ganarte mi odio y mi desprecio. No tienes corazón, no te importa la vida de las personas, no vales nada —alego.

El rostro de Darío se ve tranquilo, como si mis palabras no le hubieran importado. No se me hacía extraño.

—Aun no me conoces, no sabes quién es Darío. Pero te contare todo desde el comienzo, cuando te conocí.

—No me interesa escuchar tus mentiras. Dime que vas hacerme y que le harás a Tomás —le exijo.

—Tomás… nunca entendí qué le viste. Mejor dicho, qué le ven. Pero bueno, supongo que tiene su encanto. En fin, lo que pase con Tomás no me interesa, probablemente en este momento Rafael este yendo por él.

Corazones Destinados✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora