Capítulo 32

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TOMÁS

Me despierto sintiendo un peso que apenas puedo cargar, como si mi cuerpo estuviera tratando de funcionar sin energía. Abro mis ojos lentamente, el dolor en mis costillas es profundo pero soportable. Al principio, no puedo recordar donde estoy. Todo parece tan confuso, como si hubiera estado sumergido en un sueño denso y oscuro.

El cuarto es silencioso, a excepción de las maquinas que parpadean a mi alrededor. Intento mover la cabeza, y lo que veo a mi lado me deja sin aliento: Isa. Esta acostada en una camilla junto a la mía, inmóvil, con la piel más pálida de lo que la recordaba. Sus labios, usualmente llenos de color, están deslucidos, y sus mejillas carecen de esa calidez habitual. Una expresión de cansancio marca su rostro, como si hubiese pasado por algo peor que una simple noche sin dormir.

«¿Qué hace aquí?» Me pregunto. Mi pecho se aprieta al verla así, tan vulnerable. No debería estar aquí, no debería verse tan débil. Algo está mal, puedo sentirlo.

Trato de hablar, pero mi garganta está seca, las palabras no salen. Solo puedo observarla, con una mezcla de miedo y desconcierto. Algo me dice que esto no es normal. Sus manos descansan inertes sobre la sábana, y noto las agujas en su brazo. ¿Le han estado haciendo algún tipo de tratamiento? Mis pensamientos se interrumpen cuando la puerta de la habitación se abre.

Un doctor entra, sonriendo, como si no hubiera nada de qué preocuparse.

—Ah, Tomás, veo que has despertado —dice, acercándose con pasos tranquilos—. Me alegra mucho verte consiente.

Me esfuerzo por hablar, mis ojos aun fijos en Isa.

— ¿Qué… qué pasó? —logro preguntar, mi voz débil, pero suficiente para captar la atención del doctor.

El hombre suspira y toma asiento junto a la cama.

—Ha sido una operación larga, y muy complicada. Estuviste en un estado crítico —comienza, y me doy cuenta de que es más grave de lo que imaginé—. Hubo un momento en que pensamos que no lo lograrías, pero afortunadamente, esta joven —señala a Isa— estuvo dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para salvarte. Tienes una novia muy valiente Tomás.

Miro a Isa nuevamente, mi corazón latiendo más rápido. No entiendo.

— ¿Qué… hizo? —pregunto, sin apartar la vista de ella.

—Te transfirió sangre durante la operación —responde el doctor, serio ahora—. Estabas perdiendo demasiada, y ella fue la única con el mismo tipo. Lo hizo sin dudar, pero… —su voz baja un poco—, fue un riesgo. Su cuerpo casi no lo soporta. Perdió mucha sangre también, y estuvo a punto de desmayarse. Se quedó inconsciente poco después de que terminaron de extraer la última cantidad.

Mi mente se tambaleaba con la información. Isa… arriesgó su vida para salvar la mía. Casi se desangra para que yo pudiera estar aquí ahora, respirando.

Recuerdo todo de repente. El disparo. Emily. Me arrojé frente a Isa para salvarla, pero nunca imaginé que sería ella quien me salvaría a mí. observo su rostro pálido, el cansancio evidente en cada línea de su expresión, y algo en mí se rompe.

El doctor me da una palmadita en el hombro, como si quisiera darme ánimos.

—Es una joven fuerte, Tomás. Ambos son muy afortunados de estar aquí. Necesita reposo, pero lo logrará —dice antes de levantarse y dirigirse hacia la puerta—. Ah, se me olvidaba, afuera están tus amigos, pero aún no tienen autorización para entrar. Los haré pasar en unas horas.

Cuando la puerta se cierra detrás de él, mi mirada vuelve a centrarse en Isa. No puedo evitar sentir una mezcla de culpa, gratitud y dolor al verla así, acostada, débil y silenciosa por mi culpa.

El tiempo pasa lentamente mientras sigo observando a Isa. Su respiración es suave, pero hay una fragilidad en su rostro que no había visto antes.

Después de un buen rato, veo como sus párpados se mueven ligeramente, y su rostro comienza a reaccionar. Mi corazón se acelera.

—Isa… —susurro su nombre, como si al decirlo la pudiera ayudar a regresar.

Finalmente, sus ojos se abren lentamente, parpadeando varias veces mientras intenta enfocarse. Voltea hacia mí, y por un segundo, me encuentro con su mirada que siempre me ha dejado sin aliento, pero ahora hay algo distinto. Está cansada, pero al mismo tiempo, hay un destello de alivio.

—Tomás… —su voz apenas un murmullo, y veo como sus labios intentan esbozar una sonrisa, aunque sea débil.

—Hey, estoy aquí… —le digo suavemente, tratando de mantener la calma, aunque por dentro estoy destrozado por verla así—. Lo hiciste, me salvaste.

—No fue nada —responde, con una pequeña sonrisa.

—No digas eso, Isa —le digo, inclinándome un poco hacia ella, aunque el dolor en mi cuerpo me lo impide del todo—. Lo que hiciste… arriesgaste tu vida por mí. No puedo… no sé cómo agradecerte.

Ella intenta incorporarse un poco, pero veo el esfuerzo que le cuesta.

—En ese caso, la que debería estar agradecida soy yo. Esa bala iba dirigida a mí, Tomás. Si tú no te hubieras interpuesto….

Mis manos tiemblan al pensar en lo que casi sucede. Me acerco más a ella, tomando su mano con cuidado, sintiendo lo frágil que esta. Su piel esta fría al tacto, pero hay un calor que siempre he sentido cuando la tengo cerca, incluso en momentos como este.

—No tienes idea de lo que significas para mí —le digo, mi voz más baja, más seria—. No te quería perder… no lo hubiera soportado.

Isa baja la mirada, y sé que las palabras la tocan profundamente, aunque siempre intenta mantenerse fuerte.

—Y yo tampoco te iba a dejar morir, te necesitaba vivo —dice suavemente, sus ojos reflejando algo más que solo alivio—. No podía perderte. No después de todo lo que hemos pasado.

Mis ojos no se apartan de los suyos. Hay tanto que quiero decirle, pero las palabras parecen quedarse atrapadas. Solo sé que, en este momento, todo lo demás se desvanece. Solo estamos ella y yo, unido por algo más fuerte que todo lo que hemos pasado.

—No sabes cuánto miedo sentí —confiesa Isa, su voz aun quebrada por el agotamiento—. Pensé que te perdería, que nunca más te vería abrir los ojos.

—Isa… sabes que desde el día que te conocí, supe que nuestras vidas estaban entrelazadas, como si algo más grande nos hubiera unido. No importa lo que haya pasado, siempre has estado ahí.

—Siempre lo supimos. Por eso no me importaba dar mi sangre, arriesgar mi vida, porque sin ti, nada tiene sentido.

Nuestros ojos se encuentran una vez más.

—Siempre fuiste tú, Isa —murmuré, mi voz llena de verdad—. Lo supe desde el primer momento.

Ella cierra los ojos un segundo, como saboreando mis palabras. Luego, los abre y me mira con una ternura que me desarma.

—Y siempre has sido tú, Tomás.

—Si algo me ha quedado claro es que siempre estaremos conectados… como si nuestros corazones hubieran estado buscando el uno al otro desde el principio.

Ella asiente, apretando mi mano con una fuerza que no esperaría de alguien que ha dado tanto de sí misma.

—Corazones destinados —susurra, con un brillo especial en los ojos—. Eso somos, y eso seremos siempre.

           

     FIN…

Corazones Destinados✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora