II

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Kim Namjoon conducía a casa después de otro día agotador en la oficina. 

Las luces de Seúl se desdibujaban a medida que avanzaba por las calles, y el zumbido constante de la ciudad se convertía en un susurro lejano. 

Llegó a su hogar, una mansión imponente que, a pesar de su grandeza, siempre le había parecido fría y desolada. Mientras se estacionaba, sintió una punzada de soledad. Era irónico cómo podía sentirse tan solo en una casa tan grande.

Al entrar, fue recibido por su esposa. 

Ella era una mujer de una belleza innegable, con una melena oscura y sedosa que caía en cascada por su espalda y unos ojos grandes y expresivos que podían derretir el corazón de cualquiera, excepto el suyo. Su figura esbelta y su porte elegante siempre atraían miradas admirativas. Sin embargo, para él, su atractivo físico nunca había sido suficiente para despertar algo más que una cortesía distante.

—Bienvenido a casa, querido —saludó, con una sonrisa que intentaba ser cálida.

Observó su intento de afecto y sintió una mezcla de culpa y tristeza. Sabía que los sentimientos de ella hacia él eran genuinos, y a veces se sentía un bastardo por no poder corresponderle.

 Habían crecido juntos y, cuando ella comenzó a mostrar interés romántico, sus padres vieron la oportunidad perfecta para unir a sus familias a través de un compromiso. No se tomaron en cuenta sus deseos; su vida había sido decidida por otros.

—Gracias, Taeri — contesto, devolviéndole la sonrisa con educación, pero sin verdadero entusiasmo.

—¿Cómo fue tu día? —preguntó ella, girando para mirarlo con esos ojos llenos de una esperanza que él no podía compartir.

Él hizo una pausa, sintiendo el peso de sus palabras antes de responder.

—Largo —dijo escuetamente. No quería prolongar la conversación. No quería enfrentar la realidad de su vida.

—Entiendo — respodio, su voz teñida de una decepción que intentó ocultar, bajando la mirada momentáneamente.

Asintió, ya buscando una excusa para retirarse.

—Tengo mucho trabajo acumulado. Me voy a mi oficina por un rato, no quiero que me molesten, por favor.

La joven asintió, aunque su expresión se ensombreció ligeramente. Sus labios temblaron como si quisiera decir algo más, pero se contuvo.

—Claro, no te preocupes. Pero no trabajes demasiado, ¿sí? —Su voz apenas un susurro, cargada de resignación.

Él simplemente asintió de nuevo y se dirigió a su refugio. Prácticamente vivía en su oficina; comía allí, trabajaba hasta altas horas de la noche y a menudo se quedaba dormido en el sofá de cuero negro que tenía en una esquina.

La oficina era su santuario.

 Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros y documentos importantes. En el centro, su escritorio de caoba estaba perfectamente ordenado, con una computadora portátil, una lámpara de escritorio y una pila de papeles cuidadosamente alineados. 

Se sentó en su silla ergonómica, esperando encontrar en su trabajo la distracción que tanto necesitaba.

Sin embargo, parecía que sus planes de esa noche, tranquilo en su soledad, iban a ser perturbados. 

Taeri entró en la oficina sin previo aviso, vestida con un camisón de seda que apenas dejaba algo a la imaginación. Sus movimientos eran deliberados, seductores.

Hate to love [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora