XV

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Namjoon se fue.

Inmóvil, lo observó desde la ventana, siguiendo la línea de su espalda hasta que su figura se desdibujó en la noche.

La expresión perfecta y serena que había sostenido mientras él estuvo en casa se derrumbó en cuanto la oscuridad lo devoró, y el silencio se apoderó de la mansión.

Como un trueno contenido demasiado tiempo, un gruñido de pura frustración se escapó de su garganta, rompiendo la quietud de la estancia.

Antes de hacer algo, se llevó la mano al pecho e inhaló profundamente, cerrando los ojos un momento como si tratara de contenerse.

Pero el aire se sintió denso, sofocante, y las emociones que había enterrado toda la noche brotaron como una oleada furiosa.

— ¡Maldita sea! — murmuró con los dientes apretados, comenzando a caminar por la sala con pasos firmes, sus tacones resonando en el mármol como el eco de un látigo al golpear.

La luz de las lámparas proyectaba sombras irregulares, llenas de aristas, sobre las paredes.

Podía sentir cómo las miradas de los cuadros familiares la seguían, como si los propios antepasados ​​la juzgaran.

Una oleada de rabia recorrió su cuerpo, y de pronto, el aire en la habitación se volvió sofocante, pesado, como si las mismas paredes quisieran oprimirla.

Con un impulso furioso, agarró el primer objeto a su alcance, un florero de cristal de Murano, y lo lanzó contra la pared.

El estallido fue una sinfonía de cristales rotos que pareció reverberar en toda la casa.

Pedazos de vidrio cayeron como estrellas muertas al suelo, y una de las criadas, que había estado limpiando cerca, soltó un grito ahogado, retrocediendo con los ojos muy abiertos.

Los restos del florero formaron un charco de esquirlas bajo la luz de la lámpara, reflejando su furia en miles de destellos.

La pelinegra se volvió hacia la sirvienta, el rostro encendido, con los ojos ardiendo en un desafío oscuro.

— ¿Qué miras? — escupió, su voz tan afilada como el cristal roto.

La criada bajó la cabeza, temblando, y salió rápidamente, sus pasos resonando como una fuga apurada.

"Idiotas", pensó, con una risa amarga.

La respiración era errática, y se obligó a detenerse, a cerrarse la blusa y cruzarse de brazos, como si el simple gesto pudiera devolverle el control.

Parpadeó un par de veces, recuperando la compostura.

"No soy yo la que está desquiciada", se dijo, aunque las voces en su mente parecían murmurar lo contrario.

Apenas había pasado un segundo cuando se dejó caer en el sillón de terciopelo, el cuerpo aún tenso, sintiendo cómo la rabia la consumía desde el pecho.

Al otro lado de la sala, un espejo le devolvió su propio reflejo, la mirada crujiente, el labio ligeramente tembloroso, los puños cerrados tan fuerte que las uñas le habían dejado marcas en las palmas.

Pero de pronto, su teléfono vibró, sobresaltándola.

Al mirarlo, el nombre de Eun Seol brillo en la pantalla.

|Estoy afuera, ábreme.| 

Frunció el ceño al leer el mensaje.

¿Qué hacía ahí a esa hora?

Hate to love [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora