VIII

45 11 0
                                    


La habitación estaba sumida en una penumbra apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas.

Las sombras danzaban en las paredes, creando formas distorsionadas que parecían cobrar vida en la oscuridad de la noche.

Las paredes desnudas y el mobiliario básico reflejaban una vida vacía de placeres y adornos.

Solo había una cama, una mesa y una silla; no había ningún objeto personal que sugiriera alguna pasión o interés.

El aire era frío, el tipo de frío que se siente solo en las madrugadas más oscuras. No había brisa, y el silencio era casi absoluto, roto solo por el sonido de su respiración y el latido frenético de su corazón, como un tambor de guerra.

Era la hora de la brujería, cuando los secretos y los miedos se entrelazan en un abrazo sombrío.

Yacía en la cama, su corazón latía con fuerza, desbocado por una mezcla de ansiedad y deseo.

La noche lo envolvía como una manta pesada, ahogando su respiración.

Una figura alta y fornida se asomó por la puerta de su habitación, su presencia como un rayo de luz en la oscuridad.

Se acercó lentamente a él, asegurándose de cerrar la puerta a sus espaldas.

Su cuerpo, musculoso y definido, irradiaba una sensualidad natural.

Con una mirada ardiente, llena de pasión, subió a la cama, atrapándolo entre su cuerpo y el suave colchón, mientras se acercaba peligrosamente a sus labios con una lentitud tortuosa.

Sus respiraciones se mezclaban, creando una atmósfera cargada de deseo, y cuando finalmente sus labios se encontraron, el beso fue profundo y embriagador, prometiendo una entrega total.

Cada roce de sus labios era un fuego que encendía su alma, llenándolo de una euforia casi adictiva.

Los besos bajaron por su cuello, dejando un camino de piel ardiente a su paso.

Suspiró suavemente, cerrando los ojos, saboreando la culpa del placer.

Sus manos acariciando el cabello de su amante.

—Nam— Musitó en susurros el nombre contrario, en un aliento cargado de deseo y anhelo.

Las poderosas manos del contrario abrieron su camisa de par en par, el sonido del tejido rasgándose lleno el aire.

Sintió el terror inundarlo, abriendo los ojos de golpe.

La figura que tenía frente suyo no era su jefe.

Como una pesadilla hecha carne, grotesca y repulsiva.

Su rostro, marcado por la crueldad, tenía una sonrisa retorcida que parecía burlarse de cada inseguridad suya.

La piel pálida y grasienta brillaba con un sudor nauseabundo, y sus ojos, inyectados en sangre, destilaban una malicia insidiosa.

La boca, torcida en una mueca de asco, revelaba dientes amarillentos y desiguales. Sus manos, gruesas y ásperas, sostenían los bordes de la camisa rasgada con una fuerza amenazante.

Jeo Hwa.

El calor y la pasión que lo envolvía fue remplazado por el frío paralizante, como un chorro de agua helada, recorriendo su espina dorsal.

—Mírate — dijo con una voz llena de veneno, su lengua asquerosa deslizándose por las marcas de su pecho — das asco, puto, marica. ¿De verdad creíste que le ibas a gustar a alguien así?

Hate to love [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora