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Nunca había conocido el verdadero tormento hasta esos días interminables de insomnio.

Su mente era un campo de batalla, asediada por el eco de la pasión desenfrenada: el cuerpo de su secretario, el calor compartido, el ardor que se manifestaba en su mente como una llama inextinguible.

En la oficina, el único sonido era el tic-tac implacable del reloj en la pared, marcando cada segundo con una crueldad metódica que parecía burlarse de su sufrimiento.

La culpa y el remordimiento lo devoraban desde el momento en que cruzó la línea entre la pasión y la razón.

Cada recuerdo se convertía en un cuchillo afilado: cada beso, cada caricia, el aroma inconfundible del castaño, su voz, sus jadeos entrecortados, sus manos explorando, su cuerpo unido al suyo en una sinfonía de pecado.

No se arrepentía del acto en sí, pero el peso de haber traicionado su propio código moral y la sensación de haber decepcionado a todos, incluso sin que nadie más lo supiera, lo consumían en un mar de autodesprecio.

La injusticia hacia su esposa y la traición interna se añadían a su tormento, sombras que no se disipaban.

La idea de que alguien pudiera haberlos visto o que Jin decidiera hablar intensificaba su agonía.

La angustia era una presión constante en su pecho, y su mente seguía girando en espiral.

En busca de un respiro, se levantó de la silla, cada paso resonando con la desesperación de quien no puede escapar de sí mismo.

Mientras avanzaba por el pasillo, el tic-tac del reloj en la oficina parecía un cruel recordatorio de su propia inestabilidad.

Abrió la puerta de la habitación de su hermano menor sin previo aviso, el caos de su propia mente encontrando un eco en la escena que se desplegaba ante él.

Su hermano estaba envuelto en un abrazo demasiado íntimo con una chica, la situación claramente inapropiada.

La chica, al verlo, se asustó y salió corriendo, dejando tras de sí un eco de vergüenza y desdén.

El cabello caramelizado y su actitud descarada, parecía ajeno a la gravedad de la situación. Su desprecio por las reglas le parecía una burla cruel a la necesidad de control de su mayor.

Cerró la puerta con un golpe seco, su furia explosiva resonando en cada rincón de su mente.

Se giró hacia su hermano con una mezcla de ira y desolación.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? — preguntó, su voz temblando entre la ira y la desesperación. Cada palabra era una carga de su frustración acumulada.

El contrario, sin inmutarse, lo miró con una mueca de desdén.

—Relájate, hyung. Solo estábamos divirtiéndonos —respondió, con una indiferencia que solo avivaba el fuego en su pecho.

—¿Divirtiéndose? —Se pasó una mano por el cabello, su desesperación palpable — ¿Sabes lo irresponsable que es esto? ¿Qué pasa si alguien se entera? ¿Qué pasa si ella habla?

El menor bufó, restándole importancia a la situación con un gesto de desdén.

— Vamos, hyung. No es para tanto. Deja de preocuparte.

Lo miró con un desdén creciente, su decepción evidente en cada línea de su rostro.

La conversación se sentía como un eco de su propia frustración, un reflejo cruel de la desesperanza que sentía por su situación.

Hate to love [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora