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—¿Perdiste mucho el control? —me pregunté, mirándome fijamente. Tenía la mano en el lapicero derecho.

—Siento que sí —respondí, juntando mis manos sudorosas. Me sentía muy ansioso. Los ojos de Lali me miraron asustados— susurré.

—Tú me contaste que con Lali no perdías el control —dijo, pasando su mano libre por su cara.

—Sí, ella me ha pegado y no me siento violento, ni tengo ganas de lastimarla. Nunca la lastimaría físicamente. Pero cuando Benjamín se le acerca, eso me enoja mucho —expresé.

La psicóloga se movió en su asiento.

—¿Celos?

—Sí, demasiados —admití—. Pero cuando la insultó, no pude controlarme —mencioné, moviendo mis manos nerviosas—. Me lancé sobre él, le pegué, creo que le rompí la nariz. Lali estaba asustada. Odié que se mirara así. Me recordó que nuestro hijo estaba cerca —mis manos sudaban—. Me sentí un imbécil, porque lo último que quiero en este mundo es que mi hijo me vea así de violento.

La psicóloga me observó detenidamente.

—Aún tienes miedo de convertirte en tu papá —me recordó.

—Ese tipo no es mi papá. Él solo me dio la vida, pero mi papá es Nicolás —dije rápidamente—. Pero sí, tengo miedo de convertirme en él.

—Tener ataques de ira no te convierte en una persona violenta. Solo tienes que controlarlos. Todo el trauma que viviste de pequeño te está afectando en el presente y podría afectarte en el futuro también.

Me rasqué la nuca.

—Lo sé, pero la única persona que calma mi ira es Lali, y cada vez la siento más lejos. Bueno, también mi hijo me hace sentir algo inexplicable en el pecho, pero Lali también lo aleja. Me siento perdido —confesé.

—¿Ya le explicaste todo? —me preguntó, apuntando en su cuaderno.

Me moví en la silla.

—No... —susurré—. Me da miedo que ya no me quiera ver otra vez, y que esta vez sí sea en serio, porque creo que piensa que soy un violento. Le destrocé la cara a su novio, y solo porque ella me detuvo no seguí pegándole a esa Barbie.

Hablar con la psicóloga era mi desahogo. Al principio me había costado, pero siento que me ayuda, aunque sea un poco.

—Tienes que contarle. Créeme, la mejor forma de arreglar las cosas es hablando, Peter. Tienes que hacerlo.

Otra vez me rasqué la nuca.

—¿Pero cómo? —dije desesperado—. Si ella no me quiere escuchar.

—Hazlo, inténtalo. Ella también puede haber tenido un pasado difícil que está afectando su presente. Ayúdala, y verás que te ayudará a ti también —me señaló con el lapicero.

—Lo haré. No sé cómo, pero lo intentaré.

La psicóloga me sonrió. Me di cuenta de que también llevaba falda, pero no provocaba nada en mí. La única persona que provocaba algo en mí era mi pequeña.

*

—¿Mi amor, me pasas el salero? —dijo la voz chillona de Mery.

Suspiré, cansado. Ya quería irme de allí; no me sentía para nada cómodo. Tenía ganas de levantarme e irme.

—Ten —dije, pasándole el salero. Me levanté de la silla para alcanzárselo y luego volví a sentarme.

—¿Ya viene su aniversario, Mery? —preguntó mi mamá mientras comía la lasaña que preparó Julio.

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