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—¿Te dijo que sí? —preguntó la psicóloga levantándose de su asiento.

—Lo tomé como un sí —respondí, dejándome caer los hombros.

—¿No te lo dijo directamente? —levantó una ceja.

—Le agarró un ataque de escapatoria, se metió al baño y no salió por unos 25 minutos. Después de tocar la puerta y no obtener respuesta, intenté abrirla y estaba sin llave. La encontré hecha una bolita en la bañera. Me dio mucha ternura —dije con una sonrisa—. Empecé a llenar la bañera con agua porque estaba vacía. Me metí con ella y, bueno, me reservo los detalles —enredé mis manos.

La psicóloga se paró junto a mi silla y me miró fijamente. Aunque fuera mi psicóloga de confianza, no le contaría todos los detalles.

—¿Después te dijo algo? —puso la mano en el respaldo de la silla.

—No, ignoró el tema. Después de la bañera intenté hablar con ella, pero empezó a tomar champán, mucho. Creo que fue mala idea tener champán a mano —puse la mano en mi barbilla.

Lali empezó a tomar mucho, muy rápido. Luego empezó a hablar de muchas cosas a la vez: que en sus venas llevaba ser la sirvienta que se quedó traumada cuando me casé con Mery, que le ponía muy celosa que Gastón me mirara mucho, que le encantó cómo lo hicimos en la oficina, que siempre quiso un papá como Nicolás, que cuando era pequeña solo quería un abrazo de un papá pero ahora que tiene uno no sabe cómo pedírselo, que cuando estaba embarazada se ponía muy caliente y se compró un vibrador y lo llamó por mi nombre. Cuando me contó eso, me reí mucho. Quería quedar embarazada otra vez para cumplir todas sus fantasías. También me dijo que no sabía cómo llevar una empresa de construcción y que tenía mucho miedo. Me contó de Benjamín, que nunca llegaron al orgasmo juntos y que eso la frustraba un poco. Solo de imaginarlo me enojaba, pero me di cuenta de que muy adentro de ella sigue siendo la misma Lali inocente y tierna de siempre. Solo está muy escondida, intentando protegerse para no salir lastimada otra vez. Esta vez prometo cuidarla.

Después de eso, se quedó dormida en mis brazos. En la mañana, volvimos a repetir y luego la llevé a su casa. Por suerte, no escapó.

—Tiene miedo, Peter. Dale tiempo —me aconsejó la psicóloga.

—Lo sé, se lo daré —dije seguro.

—Sé paciente. Si un día de estos tiene otro ataque de pánico o te dice cosas feas, recuerda que tiene miedo de que vuelvas a lastimarla. Solo intenta entenderla —caminó para quedar frente a mí.

Me di cuenta de que llevaba falda, pero no me llamó la atención para nada. Lali me tiene completamente.

—Seré muy paciente.

No debía dejar que mi ira me manejara. Con Lali es fácil, porque de algún modo me calma.

La psicóloga se sentó otra vez en su silla.

—¿Y el tema de tu familia? —preguntó cruzando la pierna.

—Mi mamá me hartó —dije simple—. Siento que está obsesionada con sacar a Camilo de la cárcel. Yo lo haré, ya no confío en Ernesto. Lo haré por mi cuenta, lento pero seguro.

—¿Te sientes bien después de decirle a tu familia que ya no quieres estar con Mery? —dijo interesada.

—Sí, me equivoqué antes. Me canse de fingir. Ahora que la vida me dio una nueva oportunidad de estar con Lali y mi hijo, no la desaprovecharé. En serio quiero hacer las cosas bien —sonreí.

*

—¿Te gustan los carros? —dijo Chino sentándose en la alfombra junto a mí con una caja en las manos.

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