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¿Qué es el amor? —le pregunté a través del vidrio, con el teléfono en la mano.

—Hoy vienes sentimental, Peter —me sonrió.

No entendía cómo podía ser tan feliz estando encerrado en una cárcel. Siempre me recibía con una enorme sonrisa cuando venía a visitarlo.

—Bueno, el amor es una cosa complicada —continuó, su sonrisa manteniéndose a pesar de todo—. Es algo que no puedes ver ni tocar, pero lo sientes en cada fibra de tu ser.

Me quedé en silencio, esperando que siguiera hablando. Sus palabras siempre tenían un efecto tranquilizador en mí.

—El amor te hace hacer cosas locas, Peter. Cosas que nunca pensarías que harías. Es sacrificio y entrega. Es querer la felicidad del otro más que la tuya propia.

Lo miré fijamente, tratando de comprender la profundidad de sus palabras. Había algo en su voz que reflejaba una sabiduría ganada a través del dolor y la experiencia.

Me mordí el labio y tragué saliva.

—¿Te has enamorado, tío? —le pregunté con un hilo de voz—. ¿Has hecho un sacrificio por amor?

El tío Camilo se quedó callado, pude ver cómo sus ojos se volvían cristalinos y me miraba fijamente.

—Por amor estoy aquí, para que tú y tu mamá tuvieran una vida tranquila lejos de esa bestia. No me importa estar encerrado, mientras tú seas feliz y tu mamá también. Te prometo que aquí yo soy el más feliz.

Cuando dijo esas palabras, mis ojos se llenaron de lágrimas. No quería llorar enfrente de él; tenía que ser fuerte.

—Tío, te sacaré, lo prometo —dije con un hilo de voz.

No era justo que mi mamá y yo estuviéramos en el mundo real, siendo felices y teniendo una vida gracias a él. Él mató a Juan Cruz, pero fue en defensa propia, no por violencia.

Apreté el teléfono; era hora de irme. Me sentía culpable por toda esta situación.

—Se acabó el tiempo —anunció el policía.

Suspiré cansado y me despedí de Camilo, prometiéndole que lo sacaría.

Después de ver a mi tío, fui a mi antigua casa.

—¿Era necesario venir acá? —me preguntó Mery, agarrada a mi mano, mientras caminábamos por la entrada de mi vieja casa.

—Sí, Mery. En nuestro apartamento quitaron el agua porque rompieron un tubo en el edificio. Lo van a arreglar en dos días aproximadamente —dije, cansado de explicarle.

—Podíamos ir a un hotel, Peter —solté un suspiro.

—Solo son unos días aquí en la casa de mi familia —le expliqué otra vez—. Es casi un día, Mery. Nos quedaremos en mi habitación.

Mery asintió, soltó mi mano por fin y caminó hasta la entrada de la casa.

—Dile a Nico que baje mis cosas y las suba —me apuntó.

Para no generar problemas, fui en busca de Nico. No lo encontraba por ninguna parte, así que fui hasta su habitación. Justo me topé con mi hermana saliendo de su habitación. Levanté la ceja, sorprendido.

—¿Qué haces acá? —le pregunté.

Eugenia se puso roja al verme. Bajó la mirada, cerró la puerta e intentó escapar, pero la detuve.

—¿Qué haces acá? —le dije, extrañado.

—Eh... vine... —dijo más nerviosa aún—. Vine a revisar si no había ratas acá. Ya sabes, está muy sucio aquí, obvio porque aquí duermen los sirvientes, entonces...

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